jueves, 4 de septiembre de 2008

El asombroso viaje de Pomponio Flato, de Eduardo Mendoza


El asombroso viajo de Pomponio Flato está en la línea de las novelas humorísticas de Eduardo Mendoza, como El misterio de la cripta embrujada o Sin noticias de Gurb. De hecho, el protagonista, Pomponio, guarda muchas similitudes con Gurb: es excéntrico y redicho, apegado a unos principios en los que confía ingenuamente y presa de una continua perplejidad al ser transplantado a un mundo que no es el suyo y donde los citados principios están continuamente en entredicho, lo que da origen a sus desventuras; y ambos dan cuenta de ellas, y de su perplejidad: Gurb en forma de diario de a bordo, y Pomponio en forma de cartas a Fabio -primer guiño de ironía cultural de los muchos que tiene la novela. Lo más característico de este tipo de novelas es un humor fresco, algo absurdo y bienintencionado que conduce a la carcajada limpia, poco frecuente en la narrativa española, más propensa al humor esperpéntico, satírico, negro, o agrio. El principio de la novela es un despliegue espectacular de dicho humor, o sea, un no parar de reír que luego se irá atemperando aunque dé todavía algunos coletazos. Por ejemplo, en la descripción de las costumbres de un pueblo nómada se dice:
Si alguno enferma de gravedad o por causa de su vejez ya no puede seguir llevando la dura vida de estas gentes, lo abandonan en un oasis con un odre de agua y un puñado de dátiles y la esperanza de que pase por allí otra caravana y reponga las parcas vituallas de su camarada. Como esto no sucede casi nunca, en los oasis que jalonan su ruta no es raro encontrar esqueletos rodeados de pepitas de dátil (p. 10).
Si en Sin noticias... se jugaba con la desautomatización de las costumbres más obvias que produce la mirada radicalmente externa de un extraterrestre, con la carga de ironía que conlleva, en este caso, ambientada la novela en la Galilea de los tiempos de Jesús y siendo éste y el resto de la Sagrada Familia los protagonistas, se juega con el hecho de que el lector conoce la historia mientras que los personajes, lógicamente, no, lo que de nuevo conduce a la ironía de que lo que dicen o hacen se carga de significado: así el mismísimo final de la obra, espléndido, donde se verifica por fin el guiño al remitente, el Fabio abstracto de la "Epístola moral"o la "Canción las ruinas de Itálica":
Sea lo que sea, en definitiva, poco importa, porque sólo esto tengo por cierto: que dentro de unos años será como si nada hubiera existido, y nadie acordará de Jesús, María y José, como nadie se acordará de mí, ni de ti, Fabio, pues todo decae, desaparece y se pierde en el olvido, salvo la grandeza inmarcesible de Roma (p. 186).
Sin duda es esta ironía, verdaderamente ambigua y risueña, netamente cervantina, lo mejor de esta obra. Sobre todo cuando alcanza sus mayores cotas de sutileza, a saber cuando el lector cae en la cuenta que la novela está narrando en realidad, casi de modo oculto, través de un testigo que no puede comprender (pero que influye de manera determinante) nada menos que la educación de Jesús, una genuina bildungsroman (por supuesto irónica y disparatada) de cómo éste, a través de los acontecimientos de la trama (su padre, José, es acusado de asesinato y va a ser crucificado), toma conciencia de que es el Mesías y de su ideario moral. Otro magnífico rasgo de ironía en la novela es el hecho de que nunca se ponga en duda el origen divino de Jesús y su potencial sobrenatural a cambio de que no sea la única presencia numinosa que se produce en la novela. Ya lo adelanta Pomponio en sus consideraciones acerca de los judíos: "Por extraño y cicatero que parezca, los judíos creen en un solo dios [...] Como tal, no ha de imponer a ningún otro dios su fuerza ni su razón..."; veremos que, en el desarrollo de la obra, no le ha de faltar razón.

Lo peor de la novela es quizá su ligereza excesiva en algunos momentos, y que la trama, como tal, nunca llega a resultar verosímil ni demasiado interesante: tan sólo los detalles y el marco lo son. Tampoco los personajes, por muy irónicos que sean, parecen sólidos. Quizá porque la novela no tiene mayores pretensiones. Creo que de este mismo defecto adolecen también las otras obras de Mendoza ya citadas. Con todo, es una novela muy recomendable para pasar un rato divertido y, como digo, en muchos momentos constituye toda una lección de ironía en mejor sentido del término: profundamente irreverente pero de modo tan sutil que escapa a los censores, cada día más numerosos y más airados.