lunes, 6 de julio de 2009

Voilà la Carmencita!

La primera grata sorpresa de la Carmen de anoche fue que, aunque estaba anunciada como versión de concierto, lo cierto es que se representó: era la orquesta la que estaba en el escenario, pero los solistas y el coro se movieron entre ella escenificando plenamente la obra; incluso aprovecharon el primer piso del palacio o, en el último acto, irrumpieron desde atrás, desde el patio de butacas, interactuando con el público. Cierto que no había ni vestuario ni escenografía, pero no hacía falta.

Quizá es de las pocas veces en que, en una representación de ópera, la orquesta y el coro brillan por encima de los solistas. Aunque, tratándose del Coro Monteverdi y la Orquesta revolucionaria y Romántica, pero, sobre todo, del creador y director de ambas, Sir John Eliot Gardiner, la cosa no sorprende tanto: el espectáculo es él, su concepción de la música, su idea global de la obra que esté acomentiendo en ese momento. Esta Carmen es Gardiner como Madame Bovary era Flaubert.

Por tanto, nos encontramos con lo esperado, lo que en este caso quiere decir algo muy bueno: espectacularidad a raudales -marca de la casa de Gardiner, como me hizo notar muy inteligentemente mi amiga Begoña-, lo que en el caso de Carmen resulta de lo más apropiado, y novedades. La principal fue la adición de un número inédito (a saber de dónde lo ha sacado G.): tras el primero, la escena de los soldados con Micaela, cuando éstos vuelven a su quehacer, "mirar a la gente que pasa", en lugar de irrumpir el toque de trompeta del cambio de guardia, comentan un episodio de galanteo adúltero que sucede ante sus ojos.

Luego estaban los maravillosos detalles; por ejemplo: el preludio del tercer acto, que suele interpretarse de una forma muy lírica, aquí se hizo con un carácter mucho más "rústico" que de costumbre, sacando a las maderas timbres más como de instrumento popular, con los primeros solistas de cada cuerda ejecutando un extraño bordón que acentuaba un inusitado tono pastoril, evocando de repente aires de danza campesina francesa... Y así, pequeñas sorpresas a lo largo de toda la obra que conseguián desautomatizar una partitura tan oída.

Pero creo que si merece destacarse algo es la asombrosa actuación del coro Monteverdi: con la dificultad que supone actuar alrededor de una orquesta como grupo, inclusive peleándose o subiéndose unos encima de otros (literalmente), dispersándose para volverse a agrupar (cigarreras, soldados, vendedores), conservaban un empaste perfecto (¡parecían estar siempre juntos!), y eran capaces de las dinámicas más atrevidas, pianos súbitos, fortes poderosos, todo sin perder la musicalidad, ni la claridad en la línea melódica o la trabazón polifónica.

Otra velada memorable, de esas que colocan al Festival de Granada en el primer nivel, sin complejos. La voilà!, voilà la Carmencita!

jueves, 2 de julio de 2009

Mariola Cantarero en concierto

No estuve en el recital de Mariola Cantarero anoche. Lo escuché por cortesía de RNE, que lo retransmitía para España y el resto de Europa vía Eurorradio. Pero Rafael no sólo estuvo, sino que cantó en él, como miembro del coro de la OCG que es. Enlazo su entrada sobre el concierto, foto incluida. Nótese el cambio de la Mariola de andar por casa que yo describía y la que aparece retratada, lista para salir a escena: el el salto inmenso que va de las bambalinas del día de antes a los focos del día de.

Gracias, Mariola

miércoles, 1 de julio de 2009

Mariola Cantarero en la intimidad

Anoche estuve en el ensayo general del concierto que hoy dará Mariola Cantarero en el Festival, donde se enfrentará a alguna de las arias más famosas, lucidas y difíciles de la Historia de la ópera (si alguien está interesado, esta noche lo retransmite en directo Radio Clásica a partir de las 22;30). Si cualquier behind the scenes resulta siempre interesante, en este caso ha sido una experiencia verdaderamente fascinante por el contraste entre el glamour que se espera para esta noche -vestido largo y nervios- y el desenfado del ensayo de ayer; entre el lirismo de la música o el melodramatismo de las letras -escena de la locura incluida- y la actitud de la soprano, que actuaba como cualquier profesional que trabaja (ensaya) cuando nadie la ve (sólo que en este casi la veíamos). Mariola se presentó con un vestido tipo camisola, literalmente de playa, bajo lo que pudiera haber sido perfectamente un bañador, rodillas al aire: parecía recién llegada de Torrenueva, le faltaba el bolso con la revista de pasatiempos y el aftersun. Pero lo más divertido era la actitud y la gestualidad: en lugar de las manos en el pecho o en la frente, afectando deseseperación ante las traiciones o desamores de la trama, seguía el ritmo de la música con la cabeza, como si escuchara pop, o hacía gestos de indiferencia o acusando la rutina del enésimo ensayo, mientras comía chicle sin parar: se diferenciaba poco de una secretaria que atiende clientes tras el mostrador al tiempo que se lima las uñas. Todo ello, como digo, hacía un contraste interesante y divertido, que quizá rompa la ilusión del trabajo de los artistas, su "gracia" o su "inspiración", pero que también los humaniza como los profesionales que son, sujetos a la técnica y las repeticiones tediosas.

Salvo algún momento concreto (que yo creo que fue por deferenica hacia quienes estábamos allí de público, lo cual es de agradecer -y entonces estuvo soberbia), Mariola prefirió reservarse para esta noche y cantó casi siempre a media voz (y, con todo, qué elegancia en el fraseo y los agudos), lo que acentuaba la sensación extraña y de making off que teníamos los presentes; también de intrusos privilegiados.

Quién asista esta noche probablemente viva una velada memorable en la que el Palacio de Carlos V se vendrá abajo con los aplausos.