jueves, 29 de julio de 2010

Justicia poética nacionalista

El parlamento de Cataluña, en una sugestiva forma de justicia poética, acaba protegiendo a las especies animales no nacionalistas: dado que el nacionalismo se dirime en lo simbólico y lo cultural, y la relación entre los animales y los seres humanos en dicho ámbito rara vez acaba bien, al tratar de esconder las supuestas manifestaciones que vinculan Cataluña con el resto de España y, al mismo tiempo, tratar de resaltar las que ilusoriamente la apartan, la Generalitat protege al toro españolista y condena al bou catalán y al cerdo de la butifarra; si pudiera discriminarse entre los cerdos que producen el españolísimo jamón serrano y los de la butifarra, los primeros estarían ya gozando de una imnunidad sobrevenida bajo la forma de prohibición. Los animales rotulados en catalán han tenido, en este caso, oh, sorpresa, mala suerte en Cataluña. Paradojas del nacionalismo.

sábado, 17 de julio de 2010

El busto del Emperador (melancolía)

El busto del emperador contiene uno de las diatribas más violentas que he leido contra el nacionalismo:

Como es bien sabido, en el siglo XIX se había descubierto que todo individuo tiene que pertenecer a una nación o a una raza determianda si realmente pretende ser conocido como ciudadano burgés. "De la humanidad a la bestialidad por el camino de la nacionalidad", había dicho el dramaturgo austríaco Grillparzer. Justo por entonces empezó eso de la "nacionalidad", la fase previa a esa bestialidad que estamos viviendo ahora [se refiere a la I Guerra Mundial]. (p. 19)

Más adelante, el protagonista, un noble local, le dice a un tarbernero judío:

Con todo, la teoría de Darwin me sigue pareciendo icompleta. A lo mejor son los monos los que proceden de los nacionalistas, pues los monos suponen un progreso. Tú que conoces la Biblia, Salomón, sabrás que en ella está escrito que el sxto día Dios creó al hombre, no al hombre nacional. ¿No es así, Salomón? (p. 21)

La ofensa se realiza desde una visión del mundo elitista y aristocrática: como he dicho, la de un noble local que añora otros tiempos. Esto le aporta, sin quitarle un ápice de validez a estas opiniones, un interés narrativo por la ambivalencia que comporta: es el aristócrata quien defiennde valores ilustrados -pero también ciertos privilegios- frente a una masa burguesa que, aun representando la democracia -a la que el noble odia-, también representa la mediocre obsesión por la identidad nacional y su exaltación que conducirá a la xenofobia, el odio entre grupos humanos que antes convivían de modo pacífico y, finalmente, la guerra.

Por lo demás, El busto del Emperador es un relato magistral del ocaso de una época y el comienzo de otra, condensado en una anécodta pintoresca (relativa al busto que le da título), que se carga de una gran profundidad simbólica: el arrumbamiento y entierro de un busto del emperador, que es a su vez el símbolo del final del Imperio Austro Húngaro con el advenimiento de la Primera Guerra Mundial.

A veces uno, personalmente, en el mundo del lenguaje "no sexista", en el de la imposibilidad del humor o la ficción por el miedo a ofender a "colectivos", donde se censuran o autocensuran novelas y películas; en el mundo de las identidades y la obsesión por una diversidad solipsista y pre-ilustrada que no se articula en lo que tenemos de común y que por tanto no es en absoulto enriquecedora; en el mundo en el que vuelve la moralina, sólo que ahora es laica y progresista...; y todo en nombre de unas supuestas democracia y modernidad en realidad prostituidas; uno, entonces, se siente (con un claro poso de vanidad mal confesado, claro)  identificado con ese aristócrata protagonista del relato que sabe que vive un mundo en el que sus ideas, las que él cree correctas, van perdiendo, y que ya comienza a no ser el suyo.

miércoles, 14 de julio de 2010

Barenboim forever

Y, claro, el Festival termina con Barenboim. De sus tres conciertos, yo sólo fui al que hizo como pianista: tocó los dos conciertos de Chopin; en este caso, el director fue el asistente de la Staatskapelle de Berlín, Julien Salemkour. Y dirigía, sí, pero con un ojo puesto en Barenboim; y Barenboim hacía visajes significativos (en un momento dado, uno muy claro a los contrabajos para que destacaran su apoyo a su pasaje de piano), como el rey que abdica en favor de su delfín para seguir mandado desde la sombra.

Qué voy a decir. Pocas veces puede escucharse tocar el piano así, con ese fraseo, con esos pianissimi de exquisita delicadeza; con ese rubato justo para condensar la emoción de la frase sin vulgarizarla... En el segundo movimiento del primer concierto, justo antes de que las cuerdas retomen el tema principal ornamentadas por el piano, en esos arpegios dubitativos a modo de preludio, el piano sonó con una extraña cualidad acuática, mágica, que desbordaba el timbre natural del instrumento.

El concierto concluyó con dos propinas también de Chopin: un nocturno -el n.º 8 op. 27 n.º 2 (gracias, Patricia) con el que Barenboim detuvo el tiempo, y la célebre polonesa "Heroica" con la que casi parte el piano en dos. Y el Palacio de Carlos V que casi se cae con los aplausos.

miércoles, 7 de julio de 2010

Matinées del Festival

Este año, los conciertos matinales, que suelen ser de música antigua (pero no necesariamente: de hecho, en la presente edición se dedicarán a música contemporánea de hispanoamérica) han comenzado de manera extraña: el primero, el del sábado, ni siquiera fue por la mañana, sino a las 20:30 h. en la Abadía del Sacromonte. No obstante, sin duda pertenecía en espíritu al ciclo, ya que el mismo grupo, el Ensemble Plus Ultra más His Majestys Sagbutts & Cornets, dirigidos por Michael Noone, ya sí tocaron al día siguiente por la mañana en San Jerónimo. Lo de tocar por la tarde no sé si fue por cuestiones de agenda o por el calor que pudiera hacer arriba al mediodía, pero la elección del sitio tenía que ver con el aniversario de la construcción de la Abadía, que se conmemoraba en el concierto con obras interpretadas para su consagración (entre otras). Hacía tiempo que no subía hasta allí; ni que decir tiene que redescubrí otra de las maravillas de Granada, y quizá la vista más espectacular de la Alhambra que pueda verse, emergiéndo ésta de entre un valle profundamente marcado al sesgo y como mirando la ciudad. Por lo que respecta a la actuación del grupo, lo de siempre, que quiere decir lo mejor: afinación, belleza y un sonido inequívocamente de época que resulta particularmente conmovedor a nuestra sensibilidad contemporánea. Resultaba curisoso escuchar determinadas obras de polifonía que suelen interpretarse a capella acompañadas de las cornetas y los sacabuches en perfecto empaste. Recuerdo con especial emoción un O Salutaris Hostia de Mattheus Pipelare el domingo, compositor del que hasta ahora no tenía el gusto, y las propinas de ambos conciertos: dos de los motetes más famosos de Victoria: el O Magnum Mysterium, y el O Quam Gloriosum en una sobrecogedora interpretación.

La segunda tanda de matinales corrió a cargo del grupo Ars Longa de la Habana, que ya vino el año pasado. Sólo fui al del domingo 4 de julio, en San Jerónimo. Interpretaron piezas del Renacimiento hispanoamericano. En este concierto en particular, obras religiosas escritas en lenguas indígenas (guaraní, quechua...), motetes latinos y villancicos "de negros", esto es, escritos en tono jocoso con el español deformado de los negros de la época (Góngora tiene ejemplos estupendos). El resultado fue pintoresco y espectacular: traían multitud de instrumentos de época, entre los cuales la mitad eran de percusión (todo tipo de maracas, sonajeros y palos de lluvia); y la música resultaba rítmica, sabrosa, entre renacentista e incipientemente sudamericana; aparte de que ellos mismos además de cantar y tañer de maravilla, se movían con gracia y medio escenificaban las obras (las canciones de negros casi siempre son diálogos). El resultado fue un público entregado, que aplaudió como pocas veces, y que arrancó hasta cuatro propinas del grupo. No puedo dejar de mencionar que en éste había dos niños y que una de ellas, con apenas doce años de edad (calculados a ojo) alternó sin despeinarse durante el concierto el tañido del violín y la viola da gamba. Por si alguien tiene curiosidad, hay un disco de ellos en Spotify con algunas obras de las que interpretaron en el concierto.

domingo, 4 de julio de 2010

La orquesta de la juventud venezolana y Gustavo Dudamel

A pesar de que objetivamente (aunque siempre sobre el papel y el caché) el Festival ha bajado algo este año en calidad (no debe de ser ajena la crisis), lo cierto es que los conciertos a los que he ido hasta ahora han resultado estupendos y consiguen que estas fechas sigan conservando su aura de un teimpo especial, de excepción, donde las experiencias estéticas en torno a la música proliferan.

El concierto de inauguración hizo que ésta se realizara a lo grande: La orquesta de la Juventud Venezolana dirigida por Gustavo Dudamel (quien es también titular de la Filarmónica de los Ángeles) hizo un concierto espectacular y vibrante. Impresionaba ver a chicos y chicas tan jóvenes (algunos claramente menores) interpretar una obra tan compleja como La Consagración de la primavera de Stravinski con esa mezcla de desparpajo, energía y precisión. Creo que pocas veces va a poder escucharse en Granada una versión tan perfecta de una obra maestra tan difícil. Pero es que cuando, en una propina, interpretaron una danza eslava de Dvorak, la orquesta cambió por completo de coloratura, se volvió densa y romántica... Con la interpretación como fin de fiesta también fuera de programa del Mambo de la suite de West Side Story de Berstein, se desmadraron rítmicamente y, con el público entregado, concluyó el concierto de forma apoteósica. Para que os hagáis una idea, adjunto el vídeo de su interpretación de la citada obra en los Proms de Londres, también con un público entregado ( fue como aquí, aunque afortunadamente intérpretes y director siempre fueron de frac). Además En Spotify tenéis la grabación para la Deutsche Grammpphon de La consagración por esta orquesta (y algunos otros discos de Dudamel), por si queréis escucharla.