Se me olvida la vida si no escribo
Arcadi Espada
Escribo desde el salón de la casa de O, sobre un sólido escritorio antiguo, liso, sin ningún ornamento, que perteneció a su abuelo. El escritorio está puesto contra una pared. Ante mí hay colgados varios grabados: el más grande es italiano, un alzado del Teatro Reale de San Carlos, “adornato per la pubblica Festa de Ballo”. Hay otro alzado, del Cour du Chartreau del Louvre. Luego hay también colgadas dos figuras alegóricas, pequeñas, y tres dibujos a lápiz, también muy pequeños —están enmarcados juntos— de gran calidad; los firma L.M.
La casa de O refleja lo que es: un soltero culto que realiza vídeos de conciertos, ópera, y documentales de música —casi toda barroca— para el canal Mezzo y diversas casas discográficas. Es una casa antigua, algo destartalada, donde cruje el parqué sobre el desnivel del suelo, pero muy acogedora. También peculiar. Nada más entrar, a mano derecha, perpendicular a la puerta, hay un gran escritorio (otro), vetusto, con numerosos libros apilados —sobre Haendel, la época de la monarquía absoluta en Francia, un diccionario del francés del siglo XVII…— El resto de la habitación, que debería ser el recibidor, incluye una completísima discografía en CD de música culta y una notable videoteca en DVD donde impera la mezcla y el caos: el cine europeo de autor convive con los blockbusters de Hollywood junto todas las posibles transiciones. A la derecha hay un pequeño cuarto de invitados con un cama, un armario sin puertas y más DVD’s. A la izquierda, por un pasillo, se va al retrete (aislado en un cubículo propio) y al baño.
El recibidor se abre con una doble puerta sin hojas sobre un salón cuadrado. Recibe a los visitantes el retrato en tres cuartos de una joven dama del siglo XVIII que sostiene entre sus manos una partitura. El techo, enmarcado por una moldura de grecas como del segundo imperio, es bajo; a pesar de ello, un medallón rococó en relieve con un gancho en el centro invita a colocar una gran araña inverosímil. En su lugar, O ha colgado un llavero con una diminuta Torre Eiffel, un souvenir de turistas. Hay un curioso sofá hecho de piezas irregulares que encajan entre sí, está el escritorio de su abuelo, pero no hay mesa de comedor; tan sólo tres mesitas auxiliares vagamente art decó que se recogen de mayor a menor como una muñeca rusa. Al fondo, una puerta a la izquierda da a la cocina; otra, a la derecha, al dormitorio. Todo está repleto de objetos bonitos e inútiles, la mayoría antigüedades: óleos, litografías, caricaturas, cuelgan por doquier. Hay lámparas de toda clase, juguetes…; y libros, y revistas de arte y decoración, desperdigados, pero en orden.
La cama del dormitorio no tiene cabecero, pero sendos tapices antiguos, cada una en una pared de la habitación, tapan las dos ventanas. Junto a la cama, otra pequeña librería, completamente heterogénea: La comedia humana, las memorias de Saint Simon, Berlin Alexanderplatz, numerosos libros de ciencia-ficción (sobre todo de San Simmons), libros de historia sobre la vida en el siglo XVIII en Francia. Más cuadros y grabados. Aún hay otra estantería más, ésta con libros de gran formato, de arte: Los museos vaticanos, el París de Hausmann, el arte islámico en Europa… Y más lámparas (hay muchas lámparas por toda la casa, pero ninguna colgada del techo, salvo unos focos dirigibles en la cocina).
En el apartamento no hay televisión, pero sí un monitor gigante para ver DVD’s en el salón, enmarcado por la chimenea, sobre la que hay dos bustos imprecisos, como estudios a medio hacer. En el pasillo que une el baño con la cocina, hay colgados marcos vacíos, sin imágenes. En el dormitorio de invitados hay un busto de madera de Tintín y varias cubiertas de sus comics enmarcadas en la pared. En el frigorífico de la cocina hay una colección notable de imanes, heterogénea, aunque destacan los retratos: un perfil femenino de Ghirlandaio, una cabeza de Antínoo, Jacqueline Kennedy por Warhol…; pero también está La Torre de Babel de Brueghel o Los acuchilladores del parqué de Coubert (que bien podría pasarse por la casa para echar un jornal), o un paisaje de Australia con la característica señal de rombo amarillo que avisa de la presencia de canguros…
Sobre la mesa en la que escribo, entronizado sobre una cabeza de buey de bronce oxidada, hay un alien pérfido, majestuoso y kitsch. Hasta que no se ven las novelas de ciencia ficción del dormitorio, no se comprende. Esta va a ser nuestra casa durante cinco días y cinco noches.
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