viernes, 31 de diciembre de 2010

Lista de fin de año

Voy a acabar el año con una lista, como no podía ser de otro modo. Pero no va a ser de buenos propósitos, sino de deseos descaradamente materiales. Lo cierto es que es una promoción de la Fnac: haces una lista de objetos que querrías comprar y se sortea un vale por 2011€. El plazo termina a las 0:00 de hoy. Me acabo de enterar, no es que lo haya dejado para el último momento. Vamos allá, por pedir, que no quede:

-Apple iMac MC509Y/A Sobremesa todo en uno 21,5". 1499 €
-Haendel: El Mesías. Coro Monteverdi. English Baroque Soloist. John Eliot Gardiner. 38,95 €
-Richard Dawkins: Evolución. Espasa. 22,90 €
-Steven Pinker: La tabla rasa. Paidós. 40 €
-Chéjov: Cinco novelas cortas. Alba. 32 €
-E.T.A. Hoffmann: Nocturnos. Alba 28 €
-David Forster Wallace: La broma infinita. Mondadori. 30 €
-Martín de Riquer y Borja de Riquer: Reportajes de la Historia. Acantilado. 85 €
-Witold Gombrowicz: Diario (1953-1969). Seix Barral. 55 €
-Dostoievski: Diario de un escritor. Crónicas, artículos, crítica y apuntes. Páginas de Espuma. 49 €
-Estuche La Historia de Genji. Dos volúmenes. Atalanta. 84 €
-A dos metros bajo tierra. 3ª Temporada. DVD. 35,99 €
-George Elliot: Middlemarch. DeBolsillo. 11 €

Total: 2010, 84 €

Gracias a Agent prov, en cuyo blog leí la promoción.

¡Y Feliz año nuevo!

domingo, 28 de noviembre de 2010

Aarhus y el congreso

Aarhus es como un estereotipo nórdico: limpia, con casas coquetas y conjuntadas, de buen gusto arquitectónico general, sin las ostentaciones catetas mediterráneas (balaustradas o piñas). Como no tienen persianas ni cortinas, por recoger toda la luz posible y por la moral protestante (en casa no vas a hacer nada que no pudieras hacer en público), por la noche la ciudad parece un catálogo de interiorismo. Da ganas de vivir en todas: muebles funcionales, modernos, luces indirectas, estanterías con libros, parejas jóvenes haciendo juntos la cena, alguien que lee en un sillón... Las bicicletas no las atan, las dejan apoyadas en cualquier parte, o tiradas en el suelo. No obstante, los jóvenes hacen botellón, y gritan y cantan, y los pubs abren hasta tarde.

En el congreso nos trataron a cuerpo de rey: nos ponían fruta -melón, kiwi, naranja, uvas, piña...- y café por las mañanas para los intermedios entre sesiones, y nos dieron comida y cena (a las 12:30 y 17 respectivamente): buffet frío: rodaballo y salmón ahumado (todo un descubrimiento), ensaladas, quesos, carnes frías. En las sesiones de la tarde, acompañaban al café con bizcochos; cada día uno: limón, caramelo y almedras. Para compensar, el café era agua de fregar, pero entraba muy bien con el frío, porque frío hacía un rato: asistimos a la primera nevada del curso. También nos dieron unas tarjetas para que pudiéramos ir del hotel a la universidad en taxi, a pesar de que no estaba muy lejos. Dos por persona, pero nos juntábamos todos los congresistas del mismo hotel y pudimos ir siempre en coche.

Supongo que la organización del congreso se pudo permitir todos estos dispendios en parte porque el número de asistentes era muy reducido: cabíamos todos en una sala grande en varias mesas largas dispuestas en forma de C en torno al atril del orador. Ha sido un congreso de ambiente familiar, donde conferenciantes y comunicantes convivíamos y asistíamos a todas las sesiones. De hecho, salíamos juntos a tomar algo, y juntos vimos muchos de nosotros el museo de arte contemporáneo de la ciudad. El nivel ha sido de los más altos que yo recuerde, con muy poco bullshit o faenas de aliño, y mucha implicación en las discusiones. La cuestión central fue la noción de autoficción en relación con la memoria de la Guerra Civil Española y la posguerra. Las estrellas del congreso fueron Carme Riera, Elide Pittarello, y Jordi Gracia. Riera habló de la autoficción en su novela La mitad del alma, en la que la que una narradora que se llama como ella desarrolla una historia de memoria ficticia en primera persona; esto le costó algún disgusto: con su propia madre, que no tuvo nunca una aventura extramatrimonial (y menos con Albert Camus, como se sugiere en la novela); problemas de la autoficción. Pitarello habló de la obra de Antonio Muñoz Molina. Dio algunas ideas interesantes; por ejemplo, que su narrativa en relación con la autoficción experimentaba un cambio a partir de Ardor guerrero, con una mayor imbricación entre autor empírico y narrador, y que culminaba en Sefarad y en una obra que a ella le parecía importante y que, a su juicio, había pasado desapercibida por la crítica: El viento de la luna. Su última novela, La noche de los tiempos, a pesar de algunos detalles finos (sic), la consideraba un cierto retroceso con respecto a los avances narrativos de obras anteriores (la opinión de que la novela es floja estaba bastante generalizada, por cierto). Jordi Gracia, por su parte, habló de Anatomía de un instante de Javier Cercas. La describió entusiásticamente como una novela en la que lo real, que lo es, y probado documentalmente con un aparato crítico final, se subsume en la lógica novelesca para construir un sentido eminentemente ficcional que sería imposible con la mera presentación de los hechos en forma de reportaje. todos las advertencias del autor (empírico) de que la obra era el resultado de su fracaso como novelista y por tanto no ficción forma parte del artificio mismo de la autoficción. Este tipo de híbridos produce confusiones: a la obra le han dado tanto premios de narrativa (el nacional, sin ir más lejos) como de ensayo. Cercas, por cierto, y Soldados de Salamina fue una de las estrellas del congreso (para la narratología en relación con estos temas de la memoria y la autoficción, da mucho juego). Había apasionados defensores y detractores. En las discusiones se perfiló como una suerte de anti-Cercas el novelista Isaac Rosa, izquierdista notorio, quien, con una obra de corte similar a Soldados de Salamina, El vano ayer, realiza por el contrario una crítica indirecta a aquélla, acusándola de complaciente y tranquilizadora. Rosa también había escrito una primera novela, publicada en una pequeña editorial, en la que, según él mismo, incurría en defectos similares. En su reedición para Seix Barral la retituló como Otra maldita novela sobre la Guerra Civil, y, en lugar de revisarla, construyó un metadiscurso a partir de un lector implacable de la obra que va comentando cada capítulo: otra perita en dulce para un teórico de la literatura, claro.

domingo, 14 de noviembre de 2010

10 (x25) Reglas para escribir ficción

El martes me marcho a Dinamarca a un Congreso sobre la Guerra Civil Española en la ficción de la última década. Voy a hablar acerca de las dos películas de Guillermo del Toro sobre el particular: El espinazo del diablo y El laberinto del fauno. Como todavía tengo bastantes cosas que hacer, a falta de algo mejor, es un momento excelente para colgar un enlace muy interesante que encontré hace tiempo. Parece ser que The Guardian preguntó a 24 escritores norteamericanos por 10 reglas para escribir ficción, con el pretexto de que Elmore Leonard había publicado un libro con las suyas. Un alma caritativa anónima las tradujo y las colgó en Internet. Creo que encontré esto a través del diario de Arcadi Espada. Las reglas irónicas (la mayoría) suelen ser ingeniosas y divertidas; las serias, interesantes, incluso útiles. Hay escritores muy prestigiosos (por ejemplo, Margaret Atwood, Colm Tóibín, Richard Ford, Joyce Carol Oates...), y otros que no conozco. Estoy seguro de que os interesará.

10 Reglas para escribir ficción

domingo, 7 de noviembre de 2010

París. Día primero: La Shakespeare and Co (II)

Todo el piso de arriba estaba ocupado por libros antiguos. Cogí uno al azar: era una miscelánea de ensayos de Hazlitt. Aparte de un par de personas curioseando como yo, en la habitación del piano había una chica sentada en el camastro que no tenía almohada; en la habitación de la ventana había otro señor de unos cuarenta años, sentado en un sofá de cuero negro empotrado en la pared. Ambos, chica y señor escribían en sus respectivos Moleskines. No pude evitar una cierta sensación de vergüenza ajena. Es el problema de este tipo de lugares. Como cuando estás cerca de un escritor admirado, por ejemplo en una firma de libros. Tú lo has leído, conoces literariamente a ese autor y te sientes con derecho (querrías) establecer una relación con él de tipo personal (que fuera un amigo, vaya). Entonces ves en la cola de firmas a otras personas como tú y comprendes que ellas se sienten con el mismo derecho (y en realidad lo tendrían); y para colmo todos somos para el autor lectores iguales e indistintos que le dicen más o menos las mismas cosas mientras le decimos nuestro nombre, que no conoce, para que lo incluya en una dedicatoria impersonal. Con los sitios importantes ocurre lo mismo. Voy a un lugar y, porque sé (poco), querría ser diferente, querría entablar una relación personal y única con el lugar en cuestión,  hasta que me encuentro con otra gente que está allí y que también sabe. Uno querría ser diferente, pero todos quieren serlo. La única salida digna que se me ocurre es merodear por el lugar tratando de pasar lo más desapercibido posible, aprehendiendo alguna que otra percepción o sensación —y asumiendo que la mayor parte de ellas serán, probablemente, autoinducidas— de la forma más privada posible. Lo contrario, lo que hacía esa gente ahí, gente incluso ya de cierta edad, remedando a grandes escritores que escribían o leían ahí por simple falta de medios y que si hubieran dispuesto de la habitación de un hotel o de un apartamento razonable no lo hubieran hecho, me parece de una increíble, pretenciosa ingenuidad. No obstante, luego pensé que quizá realmente esas personas se sentían parte de una tradición y que a lo mejor realmente estar allí les inspiraba y les ayudaba a trabajar. Por qué no. Quizá si yo tuviera que vivir un tiempo en París, por ejemplo en una estancia, quizá no iría allí a escribir, pero sí a leer. Desde la habitación con la ventana a la fachada, oí el piano. Una canción neutra, facilona. Acudí a ver quién tocaba. Era el muchacho alto que había estado leyendo abajo las cartas de amor de Dylan Thomas.

Salimos de la librería. Era de noche. En ese momento me di cuenta de que la Shakespeare and Co estaba abierta hasta horas intempestivas. Me sentía muy contento, con una emoción razonablemente genuina. La librería sin duda conservaba una cierta aura, lo que quizá no es difícil en un lugar donde hay estanterías repletas de libros. Quizá también por la hora, o porque se notaba que la gente que la ocupaba eran lectores. Rafael me comentó que era el sitio más gafapastoso que había estado, y no pude por menos que darle la razón. Enfilamos de vuelta al piso cruzando el río, por la rue de Rivoli, hasta entrar en el Marais. Todavía estuvimos a tiempo de pasar por la Place des Vosgues que, a oscuras, sólo revelaba sus edificios regios e  iguales rodeando a una masa negra y uniforme de bosque rodeada por una reja de agujas de oro.

lunes, 1 de noviembre de 2010

La nueva temporada del Alhambra

Se me acumulan las cosas por hacer y el blog se me resiente sin que por ello, ay, parece que despeje el cúmulo de tareas. En fin. Aquí -mínimo hilo de continuidad- enlazo la crítica de la primera obra de la temporada de este año del Teatro Alhambra a la que hemos ido: María Estuardo, de Schiller. La foto, Magnífica, de Rafael


El poder de las palabras y las palabras del poder

domingo, 17 de octubre de 2010

París. Día primero: La Shakespeare and Co (I)


Volvimos a cruzar a la orilla izquierda del Sena y desandamos el camino. A la altura de Notre Dame, a mano derecha, al otro lado de la calle, entreví una librería. Cuando busqué cómo se llamaba no podía creerlo: ¡Era la Shakespeare and Co! Yo creía que estaba en St-German-des-Prés, justo una calle más abajo, no en la ribera del Sena. Pero cuando nos acercamos, no había duda: era la librería de Sylvia Beach, la de Joyce, Hemingway… Entramos. En efecto, era una librería inglesa (todos los libros que alcanzaba a ver estaban en inglés), vieja, con olor a libro viejo, destartalada, irregular, estrecha (había que ceder el paso a los otros ocupantes al cruzarse con ellos), atestada de libros: perfecta. En los rincones libres y alrededor de los dos mostradores, tenía fotos de sus viejas glorias. En una vitrina sobre el mostrador central (en ángulo frente a la puerta, como la quilla de un barco) había algunos ejemplares antiguos de Hemingway, Stein o Joyce. Otra cosa curiosa en que no había reparado hasta entonces: era ya tarde y, sin embargo, la librería estaba abierta y había gente deambulando por ella.

La recorrí mirando aquí y allá, reconociendo algún título suelto (me pareció que había muchas obras de Martin Amis) pero sin poder fijar la atención. Al fondo, tras una cortina ajada, descorrida, en un pequeño ensanche, un muchacho alto estaba desparramado sobre un sillón, leyendo (no hojeando como quien duda si comprar o no) las cartas de amor de Dylan Thomas. Pasado este descansillo se giraba la izquierda y, tras otro breve pasillo, podía girarse a la derecha (la librería es una estrechísima irregular U), o bien subir por unas escaleras. Subí. Por toda la pared de la escalera estaban dibujados de forma tosca y naif, enmarcados en óvalos,  los principales autores en lengua inglesa vinculados de un modo u otro con la librería, o más bien con París a principios del siglo veinte: Edith Warthon, Hemingway, Joyce, Gertrude Stein, Djuna Barnes, Henry Miller…; también estaban Scott Fitzgerald y la generación beat; lo cierto es que me gustó verlos allí. En la segunda planta, más estanterías por todas partes. Aquí los libros que había parecían claramente ser libros viejos. La escalera desembocaba en una sala con una ventana al fondo: la de la fachada del primer piso. Antes de entrar en ella, a mano izquierda, había un diminuto cubículo de paneles —no se podía entrar de pie—, ornado con una ristra de luces, como las de los árboles de Navidad, en cuyo interior había un asiento y una vieja máquina de escribir. Un cartel invitaba los visitantes a escribir en ella si lo deseaban. A mano derecha, justo antes del cubículo de la máquina de escribir, en recodo, se abría otra habitación. En dos de las paredes, encajonados entre estanterías, se escondía sendos camastros, no muy limpios, uno de ellos con su almohada, como listo para acostarse. Entonces recordé que Terenci Moix cuenta en sus memorias que se podía pasar la noche en la Shakespeare and Co (no recuerdo si había algún tipo de requisito para ello, vinculado con la literatura) y que él mismo pernoctó allí un tiempo, cuando se fue a París en plan bohemio. Supuse que la cama sería algún vestigio de aquella tradición. En la sala también había un piano de pared, empotrado entre estanterías, haciendo esquina con el camastro. También había un cartel que invitaba a tocarlo.

sábado, 9 de octubre de 2010

Salinger



Salinger es uno de esos escritores (otro buen ejemplo es Borges) que vuelve una y otra vez sobre los mismos temas y lo hace, además, de la misma forma. Esto, al menos, deja las cartas sobre la mesa para el lector: puede decidir tras una cata breve que no necesita leer sus obras completas (y lo más probable es que con cierta irritación), o bien se hace admirador de él una forma personal, esto es, esperando justamente las reiteraciones, consciente de los defectos, e incluso por —o al menos con— esos defectos. En mi caso, sin irritación, tengo que decir que con El guardián entre el centeno y los Nueve cuentos, ya he tenido bastante como para hacerme una idea. Pero puedo entender, aunque a mí no me interese mucho, por qué a tanta gente le gusta y es considerado un autor de culto.
Salinger siempre habla de lo mismo: de personas que tienen algún grado de excentricidad y por ello son capaces de percibir, desde un punto de vista enajenado y melancólico, la anormalidad que subyace bajo las convenciones y los usos sociales normales. Bien se trate de niños o adolescentes que aún conservan una mirada prístina, genuina, y que se resisten a entrar en el mundo adulto, al que los abocan sin remedio; bien se trate de adultos que, por algún tipo de trauma (en los nueve cuentos casi siempre es haber participado en la guerra) han quedado descompaginados y perplejos ante lo que antes era su mundo cotidiano. Desde el punto de vista formal, Salinger también utiliza siempre los mismos recursos (y hay que decir que los utiliza muy bien): o nos encontramos con narraciones en primera persona, donde quien narra es el personaje excéntrico, y de ese modo nos aporta su peculiar punto de vista sobre el mundo, casi siempre mediante un lenguaje coloquial y un tono sarcástico que en el fondo desvela un profundo desvalimiento; o hay un narrador omnisciente que, a la manera de Hemingway, se limita a narrar acciones o a describir detalles externos, materiales, objetivos, y a reproducir diálogos, de forma que es el lector quien debe decidir qué está sucediendo tras ese acopio de hechos, casi siempre triviales (que un personaje añora la vida que pudo tener si hubiera tomado otras decisiones, o que se está enamorando, etcétera.) Esta es, quizá, la gran virtud de Salinger como escritor, y un recurso que, en estos tiempos en los que los escritores tienden a dar demasiadas explicaciones, habría que estudiar e imitar. Cómo el lector puede comprender qué está sucediendo y cómo son los personajes en relatos como "Un día perfecto para el pez plátano" o "Linda boquita y verdes mis ojos" a través de las conversaciones entre éstos y los gestos triviales, sin asomo de simbolismo fácil, que realizan mientras hablan (casi siempre por teléfono, además) es de una maestría envidiable.

Imagino que lo que les gusta a los fans de Salinger es identificarse con el punto de rebeldía original y tierna de los protagonistas. Saberse diferente en un mundo adocenado. Eso, claro está, es lo que no me gusta a mí. Es posible que en los tiempos de la publicación, la actitud de los personajes fuera genuinamente rebelde y original. Luego (también como sucede con Borges), han salido tantos imitadores y admiradores de estos rasgos, que uno que, inevitablemente, ha leído a veces antes a los discípulos degradados que al maestro, ya no puede, ay, evitar poner a éste también bajo sospecha de cierta cursilería.

domingo, 3 de octubre de 2010

Reinauguración del Auditorio Manuel de Falla

Por fin ha vuelto a abrir el Auditorio. Lo hizo con la OCG, progrma, como no, de Falla, y Estrella Morente como guest star. Fuimos con invitación del Granada Digital, a cambio de crónica del acontecimiento y foto de Rafael. Aquí os dejo el enlace a ambas. La crónica tiene su puntito de pimienta.

Y la música volvió a su casa de Granada

sábado, 2 de octubre de 2010

París. Día primero: Paseo por la tarde


Tras la siesta de casi dos horas, estábamos preparados para salir otra vez. Volvimos hacia el centro por el mismo camino que por la mañana: Bd. Beaumarchais, Bastilla, Bd. Henri IV hasta llegar a la Île St. Louis. Pero esta vez, en lugar de entrar en la Isla, seguimos por el pont du Sully, en cuyo centro hay una enorme imagen, de apariencia fascista, envuelta en su propio, rígido ropaje como de una virgen (más adelante supimos a quién representaba y quién la había hecho). Nos asomamos un momento al patio del Centro de Estudios árabes para ver la bonita fachada, que aúna estética orientalista y alta tecnología: imita un artesonado árabe, o una celosía, pero en realidad son placas cuyas aberturas circulares se abren y se cierran por un sistema de células fotoeléctricas en función de la luz. Todo parece indicar que no funcionan, quizá por fidelidad de la tecnología al modelo estético.

Por la ribera izquierda del Sena, pronto vimos el lateral de Notre-Dame que da al norte. La vista, entre la arboleda del muelle, era verdaderamente preciosa bajo un cielo encapotado. Para cuando llegamos al Pont au Change comenzó a llover con fuerza. A mí no me gusta que me llueva, y sólo llevaba un minúsculo paraguas de bolsillo, pero lo cierto es que me alegré. Las calles se habían quedado casi sin gente. Volvimos la vista para ver la fachada principal de Notre-Dame y tuvimos nuestra estampa: la plaza desierta y la catedral tras una lánguida cortina de agua: por supuesto, la naturaleza imita al arte.

Seguimos disfrutando del paseo por el centro casi desierto de París bajo la lluvia. Llegamos al pont Neuf. Lo cruzamos empapándonos de las vistas a uno y otro lado. A poniente el cielo encapotado se desgarraba y dejaba pasar una luz algo violenta de bronce, preciosa, justo para recortar la punta de la torre Eiffel a lo lejos. Entramos en la isla por su ribera norte. En la esquina de la Coniergerie, palacio de justicia, vimos una inscripción en latín en un reloj: El tiempo huye, la justicia permanece. Pasamos ante la fachada oeste del edificio, enorme, imponente, al estilo de París, con sus gigantes columnas clásicas estriadas. Después desembocamos en la plaza Dauphine: íntima, coqueta, las casas iguales, con el ladrillo visto rojo por entre los numerosos vanos; apenas si se distinguían de las diferentes, más modernas, bajo el cielo encapotado y la falta de luz. El piso era de tierra. Había un restaurante muy concurrido, con todas las mesas de fuera ocupadas a pesar del tiempo, junto a otro vacío.

domingo, 26 de septiembre de 2010

París. Día primero: De la Tour St-Jacques al Beabourg

A la salida de la Conciergerie, buscando un sitio donde comer, pasamos por la Tour St-Jacques, lo que queda de la iglesia de St-Jacques-de-la-Boucherie (sí, Santiago de los Carniceros), antiguo paso de los Peregrinos hacia Compostela, destruida durante la Revolución Francesa. Hoy, la torre, sustentada por una base con balaustrada, es una suerte de monstruoso monumento en el centro de un pequeño parque. Como era ya muy tarde (cerca de las cuatro), y los restaurantes empezaban a no servir comidas, acabamos en un Kebab. Los empleados, o dueños, me resultaron simpáticos de modo irracional. Curiosamente, sólo uno era árabe, dicharachero y expansivo. Otro tenía barba y una cojera espantosa que le hacía mover toda la cadera, y ojos de tipo duro pero con buen corazón, como un protagonista de una novela de Pérez-Reverte o un eneno de Tolkien. El otro, parecido a Rupert Everett, tenía aspecto de gay jovial con un trasfondo de melancolía; ninguno parecía casar con el resto. Tres estereotipos proyectados por mi indolencia.

Gente miranto los espectáculos callejeros a la puerta del Pompidou
Después de comer, andado de vuelta a casa de forma intuitiva, sin mirar el plano, nos topamos con el Pompidou: ultra(pos)moderno y reconocible en su su sofoco de tuberías (las fotos); en algunas intersecciones la estructura está recubierta de modo chapucero por tablones, como casitas de árboles. Al principio no podíamos determinar si eran zonas en reparación o parte del chiste. Luego vimos más en la otra cara del edificio y la lectura estructural nos sacó de dudas. En la explanada frente al edificio había espectáculos callejeros: mimos y creo recordar que también un cantante.

Fuente de Stravinski. En fachada del Pompidou  pueden apreciarse las casitas de madera como hechas por Homer Simpson
Del Pompidou desembocamos en la Fuente de Stravinski. No sé muy bien cómo una cosa tan fea me pudo gustar tanto; quizá porque es fea aposta. Mecanicista y blanda a un tiempo, colorista y oxidada, Dadá pero, sobre todo, móvil y refrescante. Fue agradable quedarse allí un rato, entre la gente. Después entramos en una iglesia gótica que había justo enfrente, abierta, literalmente, de par en par, y que resultó llamarse St. Merry. Como casi todas, estaba trufada de elementos decimonónicos. Tenía sillas mirando hacia el altar (aquí las iglesias no tienen bancos, sino sillas de anea en formación), pero otras se ordenaban en torno a un escenario en la nave central cerca de la entrada. En una nave lateral, iluminada por luz natural, había varios cuadros coemporáneos de rostros, a la manera de Bacon, de no mala factura. No sé yo si se dicen muchas misas aquí, pero la vela del Sagrario estaba encendida.

Encontramos el piso de O. finalmente, permitiéndonos el lujo de hacer un poquito el flâneur por Le Marais, el exclusivo barrio de O.: vimos algún Hôtel al sesgo, una sinagoga art decó, judíos jóvenes con barba y kipá, y un parquecito secreto que delimitaba con una pared de la que pendía un tímpano sobreornamentado sin puerta.

Estábamos muy cansados cuando llegamos al piso. Dormimos una siesta de dos horas.

sábado, 25 de septiembre de 2010

París. Día primero: La Sainte-Chapelle y La Conciergerie

Hacemos nuestra primera cola seria para entrar en la Sainte-Chapelle y la Conciergerie. El espectáculo de la primera es aún más deprimente que el de Notre-Dame: el piso bajo esta ocupado en toda su mitad transversal por una tienda: postales, cojines, tazas, pósters, llaveros... La gente pulula. El policromado de apariencia bizantina, brillante y como recién pintado, hace parecer a la estancia ocupada de ese modo una mixtificación, una sala medieval de mentira y de dudoso gusto. El piso superior no mejora mucho: también demasiada gente, y muchos niños que incordian. Encima, están restaurando las vidrieras del ábside, que están tapadas; tampoco se ve el altar del relicario. Nada que ver con la grácil espiritualidad de vitral coloreada que prometen las fotografías. De nuevo, tan sólo el momento fugaz de una imagen en la vidriera en la memoria, como el plano detalle de una película.



EL control de acceso a la Conciergerie nos lo hizo un negro con aspecto de intoxicado que nos hacía pasar los bolsos por un escáner con cinta transportadora; pero él no miraba la pantalla. todo el mundo, al pasar el marco detector, lo hacía pitar, pero el negro nos instaba, sonriente e imperioso, a pasar, sin mayores comprobaciones. Podríamos haber llevado una bomba esférica de color negro, con mecha, que no se hubiera dado cuenta. Trataba de adivinar de dónde era todo el mundo. Nos preguntó si éramos españoles y, al decirle que sí, comenzó a decir "España gana todo, fútbol, Nadal..."

El (no) control da paso directamente a la impresionante Salle des Gens d'Armes (ahí comprendí de repente de dónde venía gendarme y qué quería decir): sostenida por gruesas columnas y una sobria bóveda múltiple de crucería (es uno de los edificios góticos civiles más importantes de Francia); hay varias chimeneas enormes, y una escalera de caracol de piedra, sustentada por un cilindro de columnas, que comunica con la cocina, ubicada en el piso superior para prevenir incendios.

Al fondo de la sala, tras unos escalones, a la derecha queda la Sala de Armas. Los capiteles de las columnas representan aquí animales grotescos y monstruos característicos del gótico, tan sorprendentes hoy. No obstante, en la columna central hay dos amantes, juntas las cabezas: al parecer, pueden ser una representación de Abelardo y Eloísa.

Hacía la izquierda, y después de atravesar el espacio generoso de la tienda de Souvenirs, se va a las dependencias utilizadas como cárcel durante la Revolución Francesa. Aquí han recreado el ambiente con objetos y maniquíes. Hay incluso una reconstrucción de la celda de María Antonienta, cuyo maniquí reza vigilado por el de un guardia oculto tras un biombo.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Las necesidades sexuales y el doble rasero socialdemócrata (Millenium II)

La única persona que entendía la pasión sexual que Silvio Berlusconi sentía por Michelle era su esposa, y la entendía porque él se había atrevido a hablarle de sus necesidades. No se trataba de infidelidad, sino de deseo. El sexo con Michelle le daba un subidad que ninguna otra mujer era capaz de darle, incluida Veronica [su mujer]. [...]


Junto con Veronica había explorado el sexo con dos mujeres -una de ellas una destacada galerista- y descubrió no sólo que su mujer presentaba marcadas inclinaciones bisexuales y que él mismo casi se paralizó de placer al sentir cómo dos mujeres la acariciaban y satisfacían simultáneamente, sino también que experimentaba una sensación placentera difícil de interpretar al ver cómo su esposa era acariciada por otra mujer. [...]


Su vida sexual con Veronica, por tanto, no resultaba ni aburrida ni insatisfactoria; lo que sucedía era que con Michelle la experiencia se le antojaba completamente diferente.


Ella tenía talento. Aquello, simplemente, era SJB. Sexo Jodidamente Bueno.


Tan bueno que él lo vivía como si hubiese alcanzado un equilibrio óptimo entre Veronica como esposa y Michelle como amante, según sus necesidades. No podía vivir sin ninguna de las dos y no pensaba elegir.
Valiente machista, Silvio; y rijoso ¿no es verdad? Repugnante. El problema es que el sujeto de estas acciones no es Silvio Berlusconi. He aplicado el mismo método que utilizó Gombrowicz para probar la verdad y la coherencia de un discurso: cambiar el sujeto. "Un día puso Alemania en un discurso donde los nacionalistas de su país escribían Polonia y la verdad resplandeció en todo lo alto." En realidad el sujeto principal del texto de arriba no es Silvio Berlusconi, sino una mujer, Erika Berger, una de las protagonistas de Millenium de Stieg Larsson. Donde dice la esposa, Veronica, debe decir Greger, el marido de aquélla; y el amante es Mikael Bloomkist, el héroe de la serie. De repente el párrafo no es machista, o la fantasía inverosímil de un varón que proyecta el deseo de tener una mujer sumisa y complaciente. De repente el texto habla de una mujer liberada y moderna; de una relación civilizada.

La clave la encontramos en la propia novela, un poco después del pasaje citado; la injusticia previa que la absuelve:

Mikael era un hombre; podía ir de cama en cama sin que nadie arqueara una ceja. Ella era una mujer y el hecho de que tuviera un amante -contando, incluso, con la bendición de su marido y considerando, además, que llevaba veinte años siéndole fiel a su amente- daba lugar a unas intersesantísimas conversaciones de sobremesa (Larsson: La chica que soñaba... p. 162).

Este es otro ejemplo del doble rasero que nutre toda la novela y que es un síntoma, o signo, de los tiempos.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Stieg Larsson, los hombres, las mujeres y el progresismo de hoy

Acabo de terminar La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, la segunda parte de la trilogía de Stieg Larsson. Después de leer el primero hace más o menos un año, no estaba seguro de querer leer ninguno más: me había entrenido, pero no me había entusiasmado; y no son breves. Comencé éste por curiosidad y tengo que admitir que me enganché. Engancha y divierte, qué duda cabe, a pesar de algunas prolijidades y trampas.

Ahora bien. Desde un punto de vista ideológico, se trata del libro más socialdemócrata -en la acepción irónica que emplea Arcadi Espada-, más políticamente correcto que he leído en la cuestión de las relaciones entre hombres y mujeres (que es el tema que vertebra la trama de los dos libros que yo he leído hasta ahora). Está al borde de la parodia, pero no lo es. Es más bien un síntoma.

Los principios fundamentales del progresismo en materia penal, a saber, la presunción de inocencia, el derecho a defensa y a juicio justo, y que la pena por un delito no implique castigo físico, no rigen en él para los hombres en relación con las mujeres. Sencillamente porque los hombres son culpables ontológicos. La injusticia secular que han cometido anula culaquier posibilidad de ser injusto con ellos: es imborrable, un pecado original sin Dios que pueda redimirlo. Lo que tanto odia la progresía, el ataque preventivo y el "algo habrá hecho", es, sin embargo, aplicable a los varones. Por eso en la novela una mujer policía, garante de la Ley, puede abofetear a un colega por un insulto, en lugar de denunciarlo, mientras que una situación opuesta sería un acto atroz de violencia de género. Por eso la protagonista puede torturar a un ser humano: el hombre era un putero que se acostaba con mujeres menores. Los únicos hombres que pueden librarse (el grupo de protagonistas buenos, incluido un boxeador cuya fuerza bruta es necesaria en el desarrollo de la trama) son los que asumen su culpa y se pasan toda la novela pidiendo, literalmente, perdón por si un comentario ha podido ser sexista, y subrayando la absoluta libertad e independecia de sus compañeras de aventuras.

En lugar defender el argumento de razón, de progreso, de que los hombres constituye una abstracción -hay este hombre o aquel hombre-, y que por tanto este hombre o aquel hombre no son responsables de la la conducta volenta de aquel otro hombre o este otro hombre, cierto progresismo actual se siente fascinado por esa suerte de injusticias o derechos atávicos de grupo, producto de una no menos atávica injusticia histórica. Historicismo, grupo -colectividad-, injusticia (¿rémoras de un marxismo al que todavía se apela de modo subconsciente?): es lo que justifica en mayor o menor medida, a los ojos socialdemócratas a nacionalistas, terroristas no occidentales y a las mujeres. La culpa del varón mítico; la culpa de un Occidente no menos mítico.

La idea seminal que subyace a esta novela es misma que ha hecho posible en España una Ley, real, material, como la de Violencia de Género, donde un varón es culpable per se. Puedo imaginar a Bibiana Aído leyendo La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y disfrutando con delectacción y diciendo para sí, "tooma" cada vez que una mujer propina una patada o un insulto a un varón, que lo merecía, por presuntuoso. Porque la novela está concebida para eso.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Los veranos del Corral

Esta es la crítica que he escrito para Granada Digital de las tres representaciones dadas por la compañía Teatro para un instante dentro del ciclo Los veranos del Corral celebrados durante el mes de agosto en El Corral del Carbón.

Qué no se acabe nunca este Instante

domingo, 29 de agosto de 2010

París. Día primero: La Île de St. Louis y Notre-Dame

La primera mañana, no muy temprano —la noche anterior conseguimos llegar al piso de O a las dos y media de la mañana—, enfilamos el Bd. Beaumarchais hasta desembocar en la plaza de la Bastilla. Nada más poner un pie en la calle, comenzó a chispear. Durante toda la mañana alternaron claros en los que el sol pegaba fuerte con nublados repentinos y fríos. En uno de los claros, el genio de oro de lo alto de la columna de la Bastilla hizo un reverbero cegador. Ya tendríamos tiempo de aborrecerlo, a fuerza de verlo siempre a nuestra vuelta, agotados y con los pies palpitantes.

Desde la plaza, tomamos el Bd. De Enrique IV hasta la Île St. Louis y nos metimos por ella, por el Quai d’Anjou. Vimos la fachada del Hôtel Lauzun (en la placa, escrito con s), donde, si las fuentes de Edmund White son correctas, Baudelaire vivió mientras escribía Las flores del mal, y celebraba sus reuniones de comedores de opio (en forma de gelatina verdosa, con un médico amigo controlando las tomas) con Gautier, Balzac (que se ve que no consumía por miedo a perder su potencia creadora) y otros. Curiosos los canalones dorados adornados con peces característicos de la mitología acuática en el barroco. La isla es coqueta y limpia, luminosa, con sus casitas pequeñas y semejantes unas a otras. Parece un pueblecito. Tiene muchas tiendas y restaurantes con encanto, incluso aunque la mayoría parezcan para turistas.

Salimos de la Île St. Louis para entrar en la de la Cité por el puente que une ambas. Al llegar al ábside de Notre-Dame, apenas visible tras un frondoso parque enrejado, vimos que junto a él había un restaurante que se llamaba “Esmeralda” y comprendimos que habíamos entrado en el núcleo duro de la zona turística. Las tiendas de souvenirs corrían paralelas a la catedral. Aparte de la cantidad de gente en general, hacia la mitad de la calle, una larga cola también corría paralela a la catedral. Las nubes se abrieron y el sol comenzó a hacer la manga larga (necesaria hacía sólo un instante) incómoda y pegajosa. Desalentador. Ya estaba seguro de que marcharía de París sin ver la catedral por dentro. No obstante, al girar la esquina para encarar la fachada, vimos que la cola era sólo para subir a las torres. Esperanza (a pesar de que también hay una notable aglomeración informe de gente en la explanada). Me acerco para ver mejor las tres portadas de la fachada principal y, sin terminar de creérmelo, veo (comprendo) que va a suceder algo: desde dentro, por la nave central, tres monaguillos se acercan portando una cruz y dos ciriales: quizá una procesión dentro de la catedral; se oye, lejana, la música del órgano. Pero no, salen. Y detrás una comitiva de obispos. Entonces, veo en la plaza el coche fúnebre, semioculto por el gentío. En efecto, muy  pronto sale el féretro. Es lo que necesitaba la plaza para adquirir su color definitivo. La masa de turistas se estremece de placer y se agolpa como palomas ante un festín de migas alrededor del coche y los obispos, y sacan fotografías sin ningún pudor sin importarles la nutrida presencia del clero y algunas otras personas de luto —decorosas, serias, pero no desconsoladas—, mientras los portadores introducen el féretro en el coche . Un negro gordo, con gorra y pantalón corto se adelanta como si hubiera pagado entrada, se pega a la espalda de un obispo y comienza a sacar fotos, la cámara sujeta con una sola mano, asomándola por encima de la mitra. Yo aprovecho la impunidad de la masa para acercarme, pero no saco fotos. El muerto debía de ser alguien muy importante: como he dicho en la comitiva hay varios obispos y más gente del clero que también ha procesionado. Entonces, una señora que ha debido de percibir mi desconcierto, me tiende una estampa: Monseñor no-sé-quién; ahora se explica.

El funeral ha dejado vacía la catedral. Eso ha sido una suerte. La gente se reagrupa ante la entrada para una nueva acometida. Nos sumamos a ellos y no tardamos en entrar. Aunque el interior conserva es movimiento umbrío de elevación propio del gótico primero, el ambiente es desalentador: la gente deambula por doquier, habla y hay continuos destellos de flashes. Los puestos de souvenirs ocupan las dos primeras capillas de las naves laterales por completo. Queda el consuelo de un atisbo, un escorzo gris, ojival, y del rosetón oriental, que ningún turista, por alto que sea, puede ocluir.

sábado, 28 de agosto de 2010

Lanjarón, agua y cultura

Acabo de volver del Balneario de Lanjarón, donde se ha celebrado el V Curso multidisciplinar sobre la cultura del agua, de cuya coordinación in situ me encargo. Este año, con el título de Bendita agua, ha tratado de las relaciones entre agua y religión (como siempre, el tema como pretexto, nunca como imposición limitadora). En esta ocasión, se ha sumado al curso Javier Maresca con una ponencia sobre la acústica del agua en la Alhambra. Así que hemos disfrutado de su compañía y de la de Begoña. También ha intervenido por primera vez el Fiscal General de Andalucía, Jesús García Calderón con una ponencia sobre los delitos del agua, quien ha escrito una entrada en su blog sobre el curso, no sólo muy de agradecer por los elogios, sino que constituye una estupenda crónica y cierre del curso.

domingo, 22 de agosto de 2010

París-Viena (0)

Se me olvida la vida si no escribo
Arcadi Espada


Escribo desde el salón de la casa de O, sobre un sólido escritorio antiguo, liso, sin ningún ornamento, que perteneció a su abuelo. El escritorio está puesto contra una pared. Ante mí hay colgados varios grabados: el más grande es italiano, un alzado del Teatro Reale de San Carlos, “adornato per la pubblica Festa de Ballo”. Hay otro alzado, del Cour du Chartreau del Louvre. Luego hay también colgadas dos figuras alegóricas, pequeñas, y tres dibujos a lápiz, también muy pequeños —están enmarcados juntos— de gran calidad; los firma L.M.

La casa de O refleja lo que es: un soltero culto que realiza vídeos de conciertos, ópera, y documentales de música —casi toda barroca— para el canal Mezzo y diversas casas discográficas. Es una casa antigua, algo destartalada, donde cruje el parqué sobre el desnivel del suelo, pero muy acogedora. También peculiar. Nada más entrar, a mano derecha, perpendicular a la puerta, hay un gran escritorio (otro), vetusto, con numerosos libros apilados —sobre Haendel, la época de la monarquía absoluta en Francia, un diccionario del francés del siglo XVII…— El resto de la habitación, que debería ser el recibidor, incluye una completísima discografía en CD de música culta y una notable videoteca en DVD donde impera la mezcla y el caos: el cine europeo de autor convive con los blockbusters de Hollywood junto todas las posibles transiciones. A la derecha hay un pequeño cuarto de invitados con un cama, un armario sin puertas y más DVD’s. A la izquierda, por un pasillo, se va al retrete (aislado en un cubículo propio) y al baño.

El recibidor se abre con una doble puerta sin hojas sobre un salón cuadrado. Recibe a los visitantes el retrato en tres cuartos de una joven dama del siglo XVIII que sostiene entre sus manos una partitura. El techo, enmarcado por una moldura de grecas como del segundo imperio, es bajo; a pesar de ello, un medallón rococó en relieve con un gancho en el centro invita a colocar una gran araña inverosímil. En su lugar, O ha colgado un llavero con una diminuta Torre Eiffel, un souvenir de turistas. Hay un curioso sofá hecho de piezas irregulares que encajan entre sí, está el escritorio de su abuelo, pero no hay mesa de comedor; tan sólo tres mesitas auxiliares vagamente art decó que se recogen de mayor a menor como una muñeca rusa. Al fondo, una puerta a la izquierda da a la cocina; otra, a la derecha, al dormitorio. Todo está repleto de objetos bonitos e inútiles, la mayoría antigüedades: óleos, litografías, caricaturas, cuelgan por doquier. Hay lámparas de toda clase, juguetes…; y libros, y revistas de arte y decoración, desperdigados, pero en orden.

La cama del dormitorio no tiene cabecero, pero sendos tapices antiguos, cada una en una pared de la habitación, tapan las dos ventanas. Junto a la cama, otra pequeña librería, completamente heterogénea: La comedia humana, las memorias de Saint Simon, Berlin Alexanderplatz, numerosos libros de ciencia-ficción (sobre todo de San Simmons), libros de historia sobre la vida en el siglo XVIII en Francia. Más cuadros y grabados. Aún hay otra estantería más, ésta con libros de gran formato, de arte: Los museos vaticanos, el París de Hausmann, el arte islámico en Europa… Y más lámparas (hay muchas lámparas por toda la casa, pero ninguna colgada del techo, salvo unos focos dirigibles en la cocina).

En el apartamento no hay televisión, pero sí un monitor gigante para ver DVD’s en el salón, enmarcado por la chimenea, sobre la que hay dos bustos imprecisos, como estudios a medio hacer. En el pasillo que une el baño con la cocina, hay colgados marcos vacíos, sin imágenes. En el dormitorio de invitados hay un busto de madera de Tintín y varias cubiertas de sus comics enmarcadas en la pared. En el frigorífico de la cocina hay una colección notable de imanes, heterogénea, aunque destacan los retratos: un perfil femenino de Ghirlandaio, una cabeza de Antínoo, Jacqueline Kennedy por Warhol…; pero también está La Torre de Babel de Brueghel o Los acuchilladores del parqué de Coubert (que bien podría pasarse por la casa para echar un jornal), o un paisaje de Australia con la característica señal de rombo amarillo que avisa de la presencia de canguros…

Sobre la mesa en la que escribo, entronizado sobre una cabeza de buey de bronce oxidada, hay un alien pérfido, majestuoso y kitsch. Hasta que no se ven las novelas de ciencia ficción del dormitorio, no se comprende. Esta va a ser nuestra casa durante cinco días y cinco noches.

martes, 3 de agosto de 2010

Vacaciones

Me voy de viaje. Primero a París y luego a Viena. Volveré el 17 de agosto. Hasta entonces, es poco probable -pero no imposible- que escriba nada aquí. Pasad un feliz mes de agosto.

jueves, 29 de julio de 2010

Justicia poética nacionalista

El parlamento de Cataluña, en una sugestiva forma de justicia poética, acaba protegiendo a las especies animales no nacionalistas: dado que el nacionalismo se dirime en lo simbólico y lo cultural, y la relación entre los animales y los seres humanos en dicho ámbito rara vez acaba bien, al tratar de esconder las supuestas manifestaciones que vinculan Cataluña con el resto de España y, al mismo tiempo, tratar de resaltar las que ilusoriamente la apartan, la Generalitat protege al toro españolista y condena al bou catalán y al cerdo de la butifarra; si pudiera discriminarse entre los cerdos que producen el españolísimo jamón serrano y los de la butifarra, los primeros estarían ya gozando de una imnunidad sobrevenida bajo la forma de prohibición. Los animales rotulados en catalán han tenido, en este caso, oh, sorpresa, mala suerte en Cataluña. Paradojas del nacionalismo.

sábado, 17 de julio de 2010

El busto del Emperador (melancolía)

El busto del emperador contiene uno de las diatribas más violentas que he leido contra el nacionalismo:

Como es bien sabido, en el siglo XIX se había descubierto que todo individuo tiene que pertenecer a una nación o a una raza determianda si realmente pretende ser conocido como ciudadano burgés. "De la humanidad a la bestialidad por el camino de la nacionalidad", había dicho el dramaturgo austríaco Grillparzer. Justo por entonces empezó eso de la "nacionalidad", la fase previa a esa bestialidad que estamos viviendo ahora [se refiere a la I Guerra Mundial]. (p. 19)

Más adelante, el protagonista, un noble local, le dice a un tarbernero judío:

Con todo, la teoría de Darwin me sigue pareciendo icompleta. A lo mejor son los monos los que proceden de los nacionalistas, pues los monos suponen un progreso. Tú que conoces la Biblia, Salomón, sabrás que en ella está escrito que el sxto día Dios creó al hombre, no al hombre nacional. ¿No es así, Salomón? (p. 21)

La ofensa se realiza desde una visión del mundo elitista y aristocrática: como he dicho, la de un noble local que añora otros tiempos. Esto le aporta, sin quitarle un ápice de validez a estas opiniones, un interés narrativo por la ambivalencia que comporta: es el aristócrata quien defiennde valores ilustrados -pero también ciertos privilegios- frente a una masa burguesa que, aun representando la democracia -a la que el noble odia-, también representa la mediocre obsesión por la identidad nacional y su exaltación que conducirá a la xenofobia, el odio entre grupos humanos que antes convivían de modo pacífico y, finalmente, la guerra.

Por lo demás, El busto del Emperador es un relato magistral del ocaso de una época y el comienzo de otra, condensado en una anécodta pintoresca (relativa al busto que le da título), que se carga de una gran profundidad simbólica: el arrumbamiento y entierro de un busto del emperador, que es a su vez el símbolo del final del Imperio Austro Húngaro con el advenimiento de la Primera Guerra Mundial.

A veces uno, personalmente, en el mundo del lenguaje "no sexista", en el de la imposibilidad del humor o la ficción por el miedo a ofender a "colectivos", donde se censuran o autocensuran novelas y películas; en el mundo de las identidades y la obsesión por una diversidad solipsista y pre-ilustrada que no se articula en lo que tenemos de común y que por tanto no es en absoulto enriquecedora; en el mundo en el que vuelve la moralina, sólo que ahora es laica y progresista...; y todo en nombre de unas supuestas democracia y modernidad en realidad prostituidas; uno, entonces, se siente (con un claro poso de vanidad mal confesado, claro)  identificado con ese aristócrata protagonista del relato que sabe que vive un mundo en el que sus ideas, las que él cree correctas, van perdiendo, y que ya comienza a no ser el suyo.

miércoles, 14 de julio de 2010

Barenboim forever

Y, claro, el Festival termina con Barenboim. De sus tres conciertos, yo sólo fui al que hizo como pianista: tocó los dos conciertos de Chopin; en este caso, el director fue el asistente de la Staatskapelle de Berlín, Julien Salemkour. Y dirigía, sí, pero con un ojo puesto en Barenboim; y Barenboim hacía visajes significativos (en un momento dado, uno muy claro a los contrabajos para que destacaran su apoyo a su pasaje de piano), como el rey que abdica en favor de su delfín para seguir mandado desde la sombra.

Qué voy a decir. Pocas veces puede escucharse tocar el piano así, con ese fraseo, con esos pianissimi de exquisita delicadeza; con ese rubato justo para condensar la emoción de la frase sin vulgarizarla... En el segundo movimiento del primer concierto, justo antes de que las cuerdas retomen el tema principal ornamentadas por el piano, en esos arpegios dubitativos a modo de preludio, el piano sonó con una extraña cualidad acuática, mágica, que desbordaba el timbre natural del instrumento.

El concierto concluyó con dos propinas también de Chopin: un nocturno -el n.º 8 op. 27 n.º 2 (gracias, Patricia) con el que Barenboim detuvo el tiempo, y la célebre polonesa "Heroica" con la que casi parte el piano en dos. Y el Palacio de Carlos V que casi se cae con los aplausos.

miércoles, 7 de julio de 2010

Matinées del Festival

Este año, los conciertos matinales, que suelen ser de música antigua (pero no necesariamente: de hecho, en la presente edición se dedicarán a música contemporánea de hispanoamérica) han comenzado de manera extraña: el primero, el del sábado, ni siquiera fue por la mañana, sino a las 20:30 h. en la Abadía del Sacromonte. No obstante, sin duda pertenecía en espíritu al ciclo, ya que el mismo grupo, el Ensemble Plus Ultra más His Majestys Sagbutts & Cornets, dirigidos por Michael Noone, ya sí tocaron al día siguiente por la mañana en San Jerónimo. Lo de tocar por la tarde no sé si fue por cuestiones de agenda o por el calor que pudiera hacer arriba al mediodía, pero la elección del sitio tenía que ver con el aniversario de la construcción de la Abadía, que se conmemoraba en el concierto con obras interpretadas para su consagración (entre otras). Hacía tiempo que no subía hasta allí; ni que decir tiene que redescubrí otra de las maravillas de Granada, y quizá la vista más espectacular de la Alhambra que pueda verse, emergiéndo ésta de entre un valle profundamente marcado al sesgo y como mirando la ciudad. Por lo que respecta a la actuación del grupo, lo de siempre, que quiere decir lo mejor: afinación, belleza y un sonido inequívocamente de época que resulta particularmente conmovedor a nuestra sensibilidad contemporánea. Resultaba curisoso escuchar determinadas obras de polifonía que suelen interpretarse a capella acompañadas de las cornetas y los sacabuches en perfecto empaste. Recuerdo con especial emoción un O Salutaris Hostia de Mattheus Pipelare el domingo, compositor del que hasta ahora no tenía el gusto, y las propinas de ambos conciertos: dos de los motetes más famosos de Victoria: el O Magnum Mysterium, y el O Quam Gloriosum en una sobrecogedora interpretación.

La segunda tanda de matinales corrió a cargo del grupo Ars Longa de la Habana, que ya vino el año pasado. Sólo fui al del domingo 4 de julio, en San Jerónimo. Interpretaron piezas del Renacimiento hispanoamericano. En este concierto en particular, obras religiosas escritas en lenguas indígenas (guaraní, quechua...), motetes latinos y villancicos "de negros", esto es, escritos en tono jocoso con el español deformado de los negros de la época (Góngora tiene ejemplos estupendos). El resultado fue pintoresco y espectacular: traían multitud de instrumentos de época, entre los cuales la mitad eran de percusión (todo tipo de maracas, sonajeros y palos de lluvia); y la música resultaba rítmica, sabrosa, entre renacentista e incipientemente sudamericana; aparte de que ellos mismos además de cantar y tañer de maravilla, se movían con gracia y medio escenificaban las obras (las canciones de negros casi siempre son diálogos). El resultado fue un público entregado, que aplaudió como pocas veces, y que arrancó hasta cuatro propinas del grupo. No puedo dejar de mencionar que en éste había dos niños y que una de ellas, con apenas doce años de edad (calculados a ojo) alternó sin despeinarse durante el concierto el tañido del violín y la viola da gamba. Por si alguien tiene curiosidad, hay un disco de ellos en Spotify con algunas obras de las que interpretaron en el concierto.

domingo, 4 de julio de 2010

La orquesta de la juventud venezolana y Gustavo Dudamel

A pesar de que objetivamente (aunque siempre sobre el papel y el caché) el Festival ha bajado algo este año en calidad (no debe de ser ajena la crisis), lo cierto es que los conciertos a los que he ido hasta ahora han resultado estupendos y consiguen que estas fechas sigan conservando su aura de un teimpo especial, de excepción, donde las experiencias estéticas en torno a la música proliferan.

El concierto de inauguración hizo que ésta se realizara a lo grande: La orquesta de la Juventud Venezolana dirigida por Gustavo Dudamel (quien es también titular de la Filarmónica de los Ángeles) hizo un concierto espectacular y vibrante. Impresionaba ver a chicos y chicas tan jóvenes (algunos claramente menores) interpretar una obra tan compleja como La Consagración de la primavera de Stravinski con esa mezcla de desparpajo, energía y precisión. Creo que pocas veces va a poder escucharse en Granada una versión tan perfecta de una obra maestra tan difícil. Pero es que cuando, en una propina, interpretaron una danza eslava de Dvorak, la orquesta cambió por completo de coloratura, se volvió densa y romántica... Con la interpretación como fin de fiesta también fuera de programa del Mambo de la suite de West Side Story de Berstein, se desmadraron rítmicamente y, con el público entregado, concluyó el concierto de forma apoteósica. Para que os hagáis una idea, adjunto el vídeo de su interpretación de la citada obra en los Proms de Londres, también con un público entregado ( fue como aquí, aunque afortunadamente intérpretes y director siempre fueron de frac). Además En Spotify tenéis la grabación para la Deutsche Grammpphon de La consagración por esta orquesta (y algunos otros discos de Dudamel), por si queréis escucharla.

miércoles, 23 de junio de 2010

Cómo sobrevivir con veinticuatro horas al día

Aunque por su título Cómo sobrevivir con veinticuatro horas al día (Barcelona, Melusina, 2010) podría parecer un libro de autoayuda, en realidad este brevísimo ensayo de Arnold Bennet, escrito a principios del siglo XX, contiene una de las críticas más demoledoras a este tipo de obras, que al parecer ya se estilaban en aquella época. Estaría bien que el siguiente pasaje lo incluyeran al comienzo de cada libro de Paulo Coelho, Jorge Bucay o similares, para aviso de incautos porque es la descripción más exacta de sus autores:

La mayoría de quienes opinan sobre el éxito tienen un corazón tan inequívocamente bueno que terminan escribiendo cosas perversamente falsas. La base de su argumentación es que prácticamente cualquiera que se lo proponga puede tener éxito. Esto es, en una palabra, mentira. Precisamente, el meollo de la noción de éxito consiste en un alejamiento de la masa de las personas corrientes, acaso la única característica común a los distintos tipos de éxito. Dirigirse a toda la población, como hacen estos escritores, y decirle a la masa cómo debe alejarse de sí misma es una soberana estupidez, (p. 9)

Todo el libro destila este saludable sentido común, además de humor tan zumbón como típicamente inglés. El meollo del ensayo consiste en dar, sin ninguna pretenciosidad, algunas sugerencias para que la vida no se nos escape de entre las manos sin que nos demos cuenta. El secreto a voces consistiría, según este autor, (aparte otras consideraciones, consejos y matices de lo más curioso e interesante) en dedicar parte de la semana a  aquellas actividades (preferiblemente una) que realmente nos interesen al margen de nuestro trabajo y que contribuyan a formar la parte más elevada de nosotros mismos. Parece obvio, pero lo cierto es que no solemos hacerlo: lo inmediato se acaba imponiendo, al igual que en el trabajo, en el ocio.

Para que os hagáis una idea del tono simpático, lúcido y llano del texto, he aquí una de las últimas consideraciones bajo la forma de un peligro que puede acechar a quien se decida a seguir el programa que propone el autor:

El [...] grave peligro de convertirse en la más odiosa e insoportable de las criaturas: un engreído. Un engreído es un memo altisonante que se las da de profundo. El engreído sale de paseo dándose aires y sin llevar puesto el más importante de los ropajes: el sentido del humor. Cuando el engreído descubre algo queda tan impresionado por su propio descubrimiento que se enfada si el mundo entero no comparte su asombro. [...] Por tanto, cuando alguien se lanza a la aventura de hacerse con su propio tiempo, es apropiado recordarle que se trata de su tiempo y no el de los demás. El mundo giraba indiferente antes de que empezáramos a administrar las horas y seguirá girando indiferente tengamos éxito o no [...] Es mejor no hablar mucho de lo que intentamos ni dar muestras ostentosas de tristeza ante el espectáculo de un mundo que malgasta tantas horas al día sin llegar a vivir plenamente (pp. 95-96)

El libro está dirigido al público propio de su tiempo para esta lectura: varones de clase media trabajadores en la City de Londres (parece directamente escrito para el padre de la familia que contrata a Mary Poppins). No obstante, mutatis mutandis, podemos sacar verdadero provecho de él; en su brevedad, supone una genuina lectura edificante, una llamada sencilla, lúcida y simpática a la excelencia y lo mejor de nosotros mismos; una bocanada de aire fresco en un ambiente de mediocridad y halago de lo bajo (que es lo que hace Belén Esteban en sus intervenciones reivindicándose, aunque es cierto que es tan sólo un instrumento). O sea que autoayuda, sí, pero como la que proporciona cualquier libro bueno de verdad.

domingo, 13 de junio de 2010

Azúa, Rivas, Suso de Toro: Guión de trabajo autónomo

Una de las innovaciones docentes que nos trae Bolonia son los Guiones para el trabajo autónomo. Éstos consisten en una serie de actividades que se proponen al alumno y al final de las cuales se supone que ha aprendido algo (Bolonia hace hincapié en que el alumno debe aprender lo más posible por su propia cuenta). O sea, que tú, que has elaborado el guión, has tenido que guiarlo hábilmente por dichas actividades hasta algún lugar. En mi caso, éstas casi siempre son preguntas en torno a uno o varios textos. Aquí es donde quizá el lector piensa que voy a poner este sistema a caldo, pero, por el contrario, me ha dado muy buenos resultados. Y, además, los alumnos lo solicitan, porque así no se pierden delante de un texto, y tienen claro lo que tú quieres cuando lo mandas leer.

Pues bien, amigo lector, voy a proponerte un guión de trabajo autónomo, a ver si aprendemos algo sobre lo que pasa en España a partir de lo que escriben en prensa sus intelectuales.

  1. Lee atentamente el siguiente artículo de Félix de Azúa: "La novela europea o un baile de disfraces"
  2. ¿Cuál es el propósito fundamental del artículo?
  3. ¿Crees que la primera parte del artículo es un pretexto para llegar a dicho propósito? ¿Hay algún momento en que el propio autor lo señale explícitamente? A tenor de esto, ¿crees que la primera parte puede tomarse en serio? ¿Podrías señalas los rasgos irónicos o humorísticos de la misma?
  4. A continuación, lee la réplica de Manuel Rivas a dicho artículo: "Azúa y las mariposas"
  5. ¿Crees que Rivas ha comprendido el texto de Azúa o se ha limitado a sentirse ofendido en una lectura superficial y ya no ha pensado nada más?
  6. ¿Se cita en algún momento a Rivas en el artículo de Azúa? ¿Se cita explícitamente el título de una obra suya? ¿Se dice en el artículo que "la lengua de las mariposas", relato de Rivas, sea una novela? Ahora, indica las diferencias entre una vaga alusión (tremendamente ácida eso sí) y una referencia concreta.
  7. ¿Crees que Rivas ha comprendido el propósito fundamental del artículo? ¿Cabe aplicarle el dicho español de "cuando alguien se pica..."?
  8. Por último, lee la entrada de blog de Suso de Toro titulada "Intelectuales pijos de derechas"
  9. ¿Podrías señalar en el artículo de Azúa la "bajeza" que señala de Toro? ¿Hay en el artículo de Azúa alguna mención a enemigos? En definitiva, más allá de la ironía y la crítica literaria legítima y general, hay en el texto la beligerancia contra personas concretas que indica de Toro?
  10. ¿Puede identificarse a Azúa como de derechas por algo que diga el texto?
  11. ¿Crees que de Toro ha comprendido, en el caso de que lo haya leído, algo del artículo de Azúa, o responde a éste por un reflejo condicionado?
  12. Lee algunas otras entradas del blog de de Toro. Cuantas más, mejor.
  13. Baja las cejas y los párpados a su posición relajada habitual.
  14. A tenor de sus escritos ¿crees que de Toro comprende, aparte del artículo de Azúa, algo de lo que lee o en general lo que percibe a través de sus sentidos?
  15. De Toro ha dicho que va a dejar de escribir, blog incluido. Tras haber leído las entradas del citado blog, reflexiona sobre lo que esta decisión puede suponer desde el punto de vista de la higiene y la ecología intelectuales.
  16. Habida cuenta de que Suso de Toro es el escritor/intelectual de cabecera de Rodríguez Zapatero (y su biógrafo oficial), reflexiona, así, en abstracto.

sábado, 12 de junio de 2010

Ileż długich sierpni


Por fin se ha publicado la antología en polaco de poetas granadinos Ileż długich sierpni. Antologia poetów Grenady, en español: Cuántos agostos largos. Antología de poetas granadinos. (Cracovia: Akademicka, 2010). La cuestión es que dicha antología va con un prólogo mío. Es una cosa curiosa ver traducido un texto propio al polaco.

 Para que os hagáis una idea.

Los poetas elegidos son: Elena Martín Vivaldi, Trina Mercader, Antonio Carvajal, Rafael Juárez, Francisco Acuyo y Antonio Mochón. La labor de traducción ha corrido a cargo de un grupo de estudiantes de la Universidad de Granada coordinados por la profesora Joëlle Guatelli-Tedeschi, y otro de la Universidad de Cracovia dirigido por Xavier Ferré.

Mañana me voy con Rafael a Sevilla a escuchar a Mariola Cantarero debutar en La Traviata, así que tanto esta entrada como la del domingo aparecerán de forma programada.

miércoles, 2 de junio de 2010

Obamaworld

He descubierto un blog de esos que merece la pena de verdad seguir. Se llama Obamaworld y su autor es periodista Jordi Pérez Colomé. Con mi misma edad tiene un curriculum impresionante (y una vida viajera y cosmopolita). Se ocupó de seguir la campaña de Obama, y ésta es su principal ocupación (de ahí el nombre del blog); no obstante, ocuparse de Obama significa ocuparse de la política internacional.

Lo que más me gusta del blog es que informa de verdad. Es preciso, relevante y se atiene a los hechos que concoce. Cada entrada consta de una pequeña introducción donde el autor plantea de qué va a hablar, y un cuerpo dividido por puntos donde desarrolla los aspectos de interés del tema en cuestión.

Es magnífica, por ejemplo, la entrada sobre la reforma sanitaria de Obama: por fin he encontrado un sitio donde se explica realmente en qué consiste al margen de estereotipos. También son estupendas las entrada sobre la guerra de Afganistán o la política de EE.UU contra las drogas.

Asimismo, Pérez Colomé ha escrito el que me parece el mejor análisis del asalto israelí a la flotilla de activistas: una exposición y análisis de los hechos sin complacencia, pero tampoco sin histerismos:

Qué podría haber hecho mejor Israel

Luego lo ha completado con una entrada más: Israel mide la magnitud de su error. Sobre la Israel tiene un post interesantísimo, a partir de cuyo tercer párrafo constituye una síntesis estupenda del conflicto entre éste y los palestinos, para quien necesite un resumen de urgencia de los (reitero) hechos.

Termino con un párrafo extraído de una de sus entradas, que me parece de un gran sentido común y lucidez, y que suscribo plenamente (he escrito y publicado algo parecido, en Disciplinas, pero no con tanta precisión):

Todos tenemos una visión instintiva de los grandes temas que nos rodean: guerra sí o no, impuestos más o menos, justicia dura o blanda, aborto legal o ilegal. Más allá de las dudas lógicas, la ideología nos acerca sin remedio a un partido. Luego está el político. Por instinto vemos si podemos fiarnos de su juicio. Y le votamos. Sólo ahora, después de estas dos cosas que se basan en el instinto, llega la información. ¿Es mejor ir a la guerra o no? ¿Es conveniente subir más los impuestos para pagar esto o aquello? Esto es lo difícil. Es muy difícil. Incluso para quien se esfuerza en averiguar las respuestas es complicado. La respuesta idónea a los grandes problemas es difícil de desentrañar. Son muchas horas de trabajo para el periodista y de lectura para el ciudadano. La mayoría, como es lógico, pasa.
Al final, por tanto, la política es como los deportes: pasión imprudente por unos colores (ideología) y jugadores de protagonistas (políticos).

Con este blog tengo la sensación de estar mejor informado, y más a salvo de los tertulianos y de la prensa al uso de España.