sábado, 23 de mayo de 2009

Tener razón

Cuando en determinados asuntos, sobre todo si son polémicos, la realidad le da a uno palmariamente la razón, yo en particular tiendo a sentirme más como abismado y vertiginoso que contento y en paz. Casi no daba crédito cuando me he enterado de que el propio LGM en persona ha saltado a la palestra contra Gamoneda descolgándose con unas declaraciones descalificatorias nada menos que a la CNN. Según parece, estas incluían valoraciones del tipo bufón del reino, Cervantes sin lectores o similares. No obstante, no he conseguido encontrar nada concreto, ha sido una noticia que me ha dicho una persona en particular. Agradeceré a alguien que me proporcione algún enlace o fuente razonable.

Un aspecto interesante de las descalificaciones de esta gente es el carácter absolutista de buena parte de ellas: no lo entiende nadie, no lo lee nadie... (no es la primera vez). Me recuerdan a Anson cuando dice "España desaprueba tal cosa", o "El pueblo español se echó a la calle para apoyar a la Guardia Civil"... Los extremos se tocan. Dan ganas de decir lo obvio: no lo leerás ; no lo entenderás tú.

martes, 19 de mayo de 2009

Benedetti, Gamoneda, y la poesía

Leo en El Mundo (información no disponible en la web) que Antonio Gamoneda, en la presentación de su último libro y ante las preguntas de los periodistas, ha dicho (con el máximo afecto a su persona -"un hombre necesario", "un ser admirable"-), que Mario Benedetti le parecía un "poeta menor". Las razones de este juicio tienen que ver con registro de lenguaje empleado por el uruguayo. Explica Gamoneda: "La palabra meramente informativa se puede encontrar en las columnas de periódicos, en televisión y hasta en los púlpitos, pero la poesía para mí es otra cosa. Menos evidente. Le pasa lo mismo a sus epígonos, cuya escritura no se incluye dentro de la verdadera modalidad esencial del pensamiento poético."

Independientemente de que lo dicho por Gamoneda sea discutible, que lo es, creo que resulta pertinente. No tanto por la cuestión formal a la que se refiere: creo que la Poesía es como la Casa del Padre: tiene muchas moradas, y caben en ella multiplicidad de registros, incluido el coloquial (y los antipoemas de Nicanor Parra, si vamos a ello). El problema de fondo es cuando desde determinados círculos poéticos que dominan las instituciones se nos quiere hacer creer que la citada poesía de tono coloquial, urbano, irónica, próxima al chiste y al cantautor, es la única que existe, y que otros poetas son necesariamente cursis, engolados o rancios (ver más abajo la réplica a las declaraciones de Gamoneda). Por eso Gamoneda, que sabe lo que dice, habla de los "epígonos" y no sólo de Benedetti.

Sin duda el tipo de poesía coloquial del que habla Gamoneda tiene mucho éxito de público -dentro de los límites inherentes al género-, pero me temo que es justamente en función de su coloquialidad y su prosaismo: resulta fácil de leer y, a la postre, fácil de entender. Como dice mi amigo Juan Varo, se trata de una poesía para quienes no les gusta la poesía ni el esfuerzo que implica su lectura; nótese que esta idea corre parejas con la de Gamoneda: quizá sí sea poesía pero, en ausencia de otras, se vuelve un sucedáneo light para consumo rápido y de digestión (satisfacción) inmediata; es decir: mera cultura de masas o, peor aún midcult. Y me temo que, desde el punto de vista de "los epígonos", la defensa de esta poesía light constituye una coartada con la que justificar la propia mediocridad en su quehacer poético, toda vez que elaborar este tipo de poesía es tan fácil como leerla y sólo se tiene en pie recurriendo, obsesivamente, casi histéricamente, una y otra vez a los modelos. Estos tuvieron su razón de ser en un determinado contexto histórico, pero a la quinta generación que sigue empleando el mismo tono coloquial, de perdedor simpático, irónico, chistoso, trastocando frases hechas y lanzando piropos prosaicos, ya resulta grotesto. No obstante, esto les ha permitido a algunos instalarse en el status de poeta sin apenas esfuerzo, reptiendo una y otra vez los mismos trucos, y sacar libros al mundo como buñuelos, según decía Cervantes.

De ahí la respuesta a Gamoneda por parte de "los epígonos", en este caso representados por Benjamín Prado y Chus Visor, característicamente matonil -contrastando con el respeto de Gamoneda-, y que también recoge El Mundo: "A Mario (ah, la familiaridad con los grandes, tan benjaminiana) no le hizo falta, como a otros, obtener el Premio Cervantes para alcanzar lectores, ni popularidad. [...] Hay ediciones en que se lo dan a poetas de segunda división como es el caso de Gamoneda, un ser sujeto al techo por telarañas y al que no entiende nadie. [...] Puede que Benedetti no sea Cernuda, pero comparado con Gamoneda es el Barça frente al Alcoyano". No es sino la reacción de defensa del propio status amenazado. Hay también en la réplica una referencia , inevitable, a Ángel González, el otro gran totem sagrado del grupo y justificador de esta poética y al hecho de que tampoco le dieran el Cervantes.

Por poner otro ejemplo: no hay más que observar los poemas que han colocado en los autobuses con motivo del Festival Internacional de Poesía de Granada, gestionado, por supuesto, por "los epígonos". Todos ellos, independientemente del autor, se caracterizan por lo dicho: empleo de un lenguaje comunicativo inmediato, ningún tipo de desvío en la sintaxis y una idea común y fácil de asimilar: lo único que ellos mismos son capaces de entender y de asimilar. Léanlos y verán cómo es cierto lo que digo.

El trasfondo es un resentimiento oculto hacia la grandeza de miras, un descreer de la posiblidad de la belleza y lafuerza de la poesía: porque todo esto cuesta esfuerzo y aleja de la fama fácil y el vivir del cuento, que no de la Poesía.

lunes, 18 de mayo de 2009

Balance del Hay Festival

El Hay Festival confirmó sus peores expectativas: creo que el año que viene no vuelven a cogerme. Ocurrió, por ejemplo, que Ridao no llegó a tiempo y la organización decidió anteponer la mesa redonda que iba después de la conferencia -la que no me interesaba. Esto se podría hasta entender, a pesar de los perjuicios evidentes (hubo gente que se tenía que marchar). Pero lo peor es que apenas dieron explicaciones (de pasada, al final del todo), y nunca pidieron disculpas: se limitaron a presentar el cambio (lo hizo Diego Carcedo) como si éste fuera el programa original y no hubiera habido ninguna modificación. Y, por supuesto, ni se planteo la posibilidad de la devolución de entradas por alteración significativa del horario. Al final, en efecto, la mesa redonda fue, como preveía, especialmente floja: Miguel Ángel Aguilar, muy ingenioso pero superficial; otro, un tal Peral, contó alguna anécdota interesante sin pasar a mayores; el peor fue otro tal Basterra, que estuvo horrendo: no dijo nada que no hubiera podido improvisar yo mismo al respecto sobre la marcha: que si la hegemonía de EE.UU. tras la caída del muro; que si "El nuevo orden mundial"; que si cómo acaba este ciclo con el 11-S, la sensanción de inseguridad de EE. UU. a partir de este momento. Que si el nefasto gobierno de Bush Jr. y los neocon; que si Obama es la esperanza por su mestizaje... Qué poca vergüenza. Al cateto de Graná no me quedé a escucharlo, me salí. Para qué. Cuando volví capté una frase al vuelo criticando al PP y me alegré de haberlo hecho: a ver cuál es la relación con el Muro. Luego por fin llegó Ridao. Sólo habló unos veinte o veinticinco minutos, porque eso sí, el tiempo sí era riguroso para finalizar (comenzar, lo hizo con retraso). Yo había pagado por una conferencia de tres cuartos de hora. No obstante, las cosas como son: estuvo bastante bien, manifiestamente superior que el resto de la mesa. Habló sin papeles (al principio me temí un bolo de la peor especie), y, a pesar de todo, el discurso tenía una estructura (puntos incluidos) y una cohesión asombrosas. Conciso y bastante interesante, probablemente dijo en ese tiempo todo lo que quería.

El coloquio entre Aguilar y Espada también fue ligero, pero alguna cosa interesante se dijo, y al menos resultaron puntuales y rigurosos en el empleo del tiempo. Savater fue divertido (hasta las carcajadas) y ocurrente como siempre, pero realmente en la conferencia no dijo apenas nada: no salió de la idea de que el progreso antes era percibido como algo positivo y providencial y ahora resultaba inquietante. No abundó, como imaginaba, en las consecuencias políticas de esta percepción con el auge de los fundamentalismos. Él, que podría encarnar el espíritu ideal de estos encuentros: divertir deleitando, también se dejó llevar por la tentación del bolo.

Lo que más me frustra del Hay Festival es la sensación de oportunidad perdida. Que tanta gente realmente preparada se junte para apenas decir cuatro lugares comunes. Al final todo queda en un negocio que explota el fetichismo y el deseo que tenemos algunos de estar cerca de nuestras estrellas intelectuales, como otros sueñan estarlo junto a las de cine o las de la canción. Pero, de veras, no creo que vuelva a picar.

NOTA BENE: Se me viene encima un pico de trabajo, cuyos efectos ya comienzo a sentir, por lo que preveo que las entradas del blog se espaciarán.

miércoles, 6 de mayo de 2009

De nuevo, Hay Festival

Vuelve el Hay Festival a Granada. Es una de esas cosas absurdas que suceden en esta ciudad, como cuando el París-Dakar comenzó a salir de aquí y pasó a llamarse Granada-Dakar: según tengo entendido, el nombre del Festival proviene de una localidad galesa donde se celebró, o se celebraba, originalmente; así que ahora se llama Hay Festival Alhambra, para diferenciar. Y el caso es que creo que se hace también (o se ha hecho, no sé si repiten como aquí) en otras ciudades del mundo. La cosa tiene un tufillo característicamente socialdemócrata -tipo forum de Barcelona- de contestatarios que se fingen en los márgenes cuando se hallan ubicados con toda comodidad en el centro mismo del poder y de la influencia y le dicen su público lo que quiere oír: que otro mundo es posible y que las civilizaciones tienen que aliarse, y alguien se lo lleva calentito a costa de la buena conciencia derramada. Encima está el precdente de la cierta decepción que fue, el año pasado, la intervención de Umberto Eco y el rumor, proveniente de una fuente fiable, de que se sugería a los ponentes que moderaran el tono intelectual para hacerse accesibles a todo tipo de públicos. Con todo, iré a cosas, claro; y pagando, que cada acto (eventos los llaman en el programa oficial, ¿ustedes creen?) cuesta cinco euros: mañana, a la conferencia de José María Ridao sobre la Caída del Muro de Berlín (a lo que no creo que me quede es a la mesa redonda de después, incluida en el precio, "de la caída del muro a la crisis del capitalismo" porque, habida cuenta del plantel de integrantes, donde incluso se ha colado un cateto de Graná, me puedo cabrear pero de verdad); el viernes, al vis a vis entre Arcadi Espada (¿pero qué hace un chico como tú en un sitio como este y con esas compañías?) y Miguel Ángel Aguilar, que hablarán sobre los blogs y su incidencia en el periodismo actual; y, ese mismo día, por la tarde, a la conferencia de Fernando Savater (éste, un pie dentro y uno fuera del tono del Festival), que tratará uno de sus temas característcos: una reflexión sobre la mala prensa actual del concepto de progreso en el sentido ilustrado del término. Veremos.

lunes, 4 de mayo de 2009

Día del libro

Por el 23 de abril, Rafael tiene la feliz costumbre de regalarme un libro que suele ser, por regla general, pequeño, excelente y caro: del tipo que uno desea con avidez pero no se atreve a comprar; lo que se dice un regalo de verdad. Este año ha sido el relato de Pérez-Reverte editado por Seix Barral en su colección (titulada significativamente) "únicos": Ojos azules. Es un cuento de apenas treinta páginas, engordado por un prólogo de Pere Gimferrer, bellamente editado e ilustrado. Por lo que se ve, relata los acontecimientos de La noche triste desde el punto de vista de uno de los soldados españoles. Es el Pérez-Reverte que me gusta: el que novela acontecimientos históricos, a lo que quizá se sume en este caso la circunstancia de que el último Reverte, en general, empieza adquirir ciertas hechuras de clásico, no necesariamente genial ni imprescindible, pero clásico.