domingo, 28 de noviembre de 2010

Aarhus y el congreso

Aarhus es como un estereotipo nórdico: limpia, con casas coquetas y conjuntadas, de buen gusto arquitectónico general, sin las ostentaciones catetas mediterráneas (balaustradas o piñas). Como no tienen persianas ni cortinas, por recoger toda la luz posible y por la moral protestante (en casa no vas a hacer nada que no pudieras hacer en público), por la noche la ciudad parece un catálogo de interiorismo. Da ganas de vivir en todas: muebles funcionales, modernos, luces indirectas, estanterías con libros, parejas jóvenes haciendo juntos la cena, alguien que lee en un sillón... Las bicicletas no las atan, las dejan apoyadas en cualquier parte, o tiradas en el suelo. No obstante, los jóvenes hacen botellón, y gritan y cantan, y los pubs abren hasta tarde.

En el congreso nos trataron a cuerpo de rey: nos ponían fruta -melón, kiwi, naranja, uvas, piña...- y café por las mañanas para los intermedios entre sesiones, y nos dieron comida y cena (a las 12:30 y 17 respectivamente): buffet frío: rodaballo y salmón ahumado (todo un descubrimiento), ensaladas, quesos, carnes frías. En las sesiones de la tarde, acompañaban al café con bizcochos; cada día uno: limón, caramelo y almedras. Para compensar, el café era agua de fregar, pero entraba muy bien con el frío, porque frío hacía un rato: asistimos a la primera nevada del curso. También nos dieron unas tarjetas para que pudiéramos ir del hotel a la universidad en taxi, a pesar de que no estaba muy lejos. Dos por persona, pero nos juntábamos todos los congresistas del mismo hotel y pudimos ir siempre en coche.

Supongo que la organización del congreso se pudo permitir todos estos dispendios en parte porque el número de asistentes era muy reducido: cabíamos todos en una sala grande en varias mesas largas dispuestas en forma de C en torno al atril del orador. Ha sido un congreso de ambiente familiar, donde conferenciantes y comunicantes convivíamos y asistíamos a todas las sesiones. De hecho, salíamos juntos a tomar algo, y juntos vimos muchos de nosotros el museo de arte contemporáneo de la ciudad. El nivel ha sido de los más altos que yo recuerde, con muy poco bullshit o faenas de aliño, y mucha implicación en las discusiones. La cuestión central fue la noción de autoficción en relación con la memoria de la Guerra Civil Española y la posguerra. Las estrellas del congreso fueron Carme Riera, Elide Pittarello, y Jordi Gracia. Riera habló de la autoficción en su novela La mitad del alma, en la que la que una narradora que se llama como ella desarrolla una historia de memoria ficticia en primera persona; esto le costó algún disgusto: con su propia madre, que no tuvo nunca una aventura extramatrimonial (y menos con Albert Camus, como se sugiere en la novela); problemas de la autoficción. Pitarello habló de la obra de Antonio Muñoz Molina. Dio algunas ideas interesantes; por ejemplo, que su narrativa en relación con la autoficción experimentaba un cambio a partir de Ardor guerrero, con una mayor imbricación entre autor empírico y narrador, y que culminaba en Sefarad y en una obra que a ella le parecía importante y que, a su juicio, había pasado desapercibida por la crítica: El viento de la luna. Su última novela, La noche de los tiempos, a pesar de algunos detalles finos (sic), la consideraba un cierto retroceso con respecto a los avances narrativos de obras anteriores (la opinión de que la novela es floja estaba bastante generalizada, por cierto). Jordi Gracia, por su parte, habló de Anatomía de un instante de Javier Cercas. La describió entusiásticamente como una novela en la que lo real, que lo es, y probado documentalmente con un aparato crítico final, se subsume en la lógica novelesca para construir un sentido eminentemente ficcional que sería imposible con la mera presentación de los hechos en forma de reportaje. todos las advertencias del autor (empírico) de que la obra era el resultado de su fracaso como novelista y por tanto no ficción forma parte del artificio mismo de la autoficción. Este tipo de híbridos produce confusiones: a la obra le han dado tanto premios de narrativa (el nacional, sin ir más lejos) como de ensayo. Cercas, por cierto, y Soldados de Salamina fue una de las estrellas del congreso (para la narratología en relación con estos temas de la memoria y la autoficción, da mucho juego). Había apasionados defensores y detractores. En las discusiones se perfiló como una suerte de anti-Cercas el novelista Isaac Rosa, izquierdista notorio, quien, con una obra de corte similar a Soldados de Salamina, El vano ayer, realiza por el contrario una crítica indirecta a aquélla, acusándola de complaciente y tranquilizadora. Rosa también había escrito una primera novela, publicada en una pequeña editorial, en la que, según él mismo, incurría en defectos similares. En su reedición para Seix Barral la retituló como Otra maldita novela sobre la Guerra Civil, y, en lugar de revisarla, construyó un metadiscurso a partir de un lector implacable de la obra que va comentando cada capítulo: otra perita en dulce para un teórico de la literatura, claro.

domingo, 14 de noviembre de 2010

10 (x25) Reglas para escribir ficción

El martes me marcho a Dinamarca a un Congreso sobre la Guerra Civil Española en la ficción de la última década. Voy a hablar acerca de las dos películas de Guillermo del Toro sobre el particular: El espinazo del diablo y El laberinto del fauno. Como todavía tengo bastantes cosas que hacer, a falta de algo mejor, es un momento excelente para colgar un enlace muy interesante que encontré hace tiempo. Parece ser que The Guardian preguntó a 24 escritores norteamericanos por 10 reglas para escribir ficción, con el pretexto de que Elmore Leonard había publicado un libro con las suyas. Un alma caritativa anónima las tradujo y las colgó en Internet. Creo que encontré esto a través del diario de Arcadi Espada. Las reglas irónicas (la mayoría) suelen ser ingeniosas y divertidas; las serias, interesantes, incluso útiles. Hay escritores muy prestigiosos (por ejemplo, Margaret Atwood, Colm Tóibín, Richard Ford, Joyce Carol Oates...), y otros que no conozco. Estoy seguro de que os interesará.

10 Reglas para escribir ficción

domingo, 7 de noviembre de 2010

París. Día primero: La Shakespeare and Co (II)

Todo el piso de arriba estaba ocupado por libros antiguos. Cogí uno al azar: era una miscelánea de ensayos de Hazlitt. Aparte de un par de personas curioseando como yo, en la habitación del piano había una chica sentada en el camastro que no tenía almohada; en la habitación de la ventana había otro señor de unos cuarenta años, sentado en un sofá de cuero negro empotrado en la pared. Ambos, chica y señor escribían en sus respectivos Moleskines. No pude evitar una cierta sensación de vergüenza ajena. Es el problema de este tipo de lugares. Como cuando estás cerca de un escritor admirado, por ejemplo en una firma de libros. Tú lo has leído, conoces literariamente a ese autor y te sientes con derecho (querrías) establecer una relación con él de tipo personal (que fuera un amigo, vaya). Entonces ves en la cola de firmas a otras personas como tú y comprendes que ellas se sienten con el mismo derecho (y en realidad lo tendrían); y para colmo todos somos para el autor lectores iguales e indistintos que le dicen más o menos las mismas cosas mientras le decimos nuestro nombre, que no conoce, para que lo incluya en una dedicatoria impersonal. Con los sitios importantes ocurre lo mismo. Voy a un lugar y, porque sé (poco), querría ser diferente, querría entablar una relación personal y única con el lugar en cuestión,  hasta que me encuentro con otra gente que está allí y que también sabe. Uno querría ser diferente, pero todos quieren serlo. La única salida digna que se me ocurre es merodear por el lugar tratando de pasar lo más desapercibido posible, aprehendiendo alguna que otra percepción o sensación —y asumiendo que la mayor parte de ellas serán, probablemente, autoinducidas— de la forma más privada posible. Lo contrario, lo que hacía esa gente ahí, gente incluso ya de cierta edad, remedando a grandes escritores que escribían o leían ahí por simple falta de medios y que si hubieran dispuesto de la habitación de un hotel o de un apartamento razonable no lo hubieran hecho, me parece de una increíble, pretenciosa ingenuidad. No obstante, luego pensé que quizá realmente esas personas se sentían parte de una tradición y que a lo mejor realmente estar allí les inspiraba y les ayudaba a trabajar. Por qué no. Quizá si yo tuviera que vivir un tiempo en París, por ejemplo en una estancia, quizá no iría allí a escribir, pero sí a leer. Desde la habitación con la ventana a la fachada, oí el piano. Una canción neutra, facilona. Acudí a ver quién tocaba. Era el muchacho alto que había estado leyendo abajo las cartas de amor de Dylan Thomas.

Salimos de la librería. Era de noche. En ese momento me di cuenta de que la Shakespeare and Co estaba abierta hasta horas intempestivas. Me sentía muy contento, con una emoción razonablemente genuina. La librería sin duda conservaba una cierta aura, lo que quizá no es difícil en un lugar donde hay estanterías repletas de libros. Quizá también por la hora, o porque se notaba que la gente que la ocupaba eran lectores. Rafael me comentó que era el sitio más gafapastoso que había estado, y no pude por menos que darle la razón. Enfilamos de vuelta al piso cruzando el río, por la rue de Rivoli, hasta entrar en el Marais. Todavía estuvimos a tiempo de pasar por la Place des Vosgues que, a oscuras, sólo revelaba sus edificios regios e  iguales rodeando a una masa negra y uniforme de bosque rodeada por una reja de agujas de oro.

lunes, 1 de noviembre de 2010

La nueva temporada del Alhambra

Se me acumulan las cosas por hacer y el blog se me resiente sin que por ello, ay, parece que despeje el cúmulo de tareas. En fin. Aquí -mínimo hilo de continuidad- enlazo la crítica de la primera obra de la temporada de este año del Teatro Alhambra a la que hemos ido: María Estuardo, de Schiller. La foto, Magnífica, de Rafael


El poder de las palabras y las palabras del poder