domingo, 26 de septiembre de 2010

París. Día primero: De la Tour St-Jacques al Beabourg

A la salida de la Conciergerie, buscando un sitio donde comer, pasamos por la Tour St-Jacques, lo que queda de la iglesia de St-Jacques-de-la-Boucherie (sí, Santiago de los Carniceros), antiguo paso de los Peregrinos hacia Compostela, destruida durante la Revolución Francesa. Hoy, la torre, sustentada por una base con balaustrada, es una suerte de monstruoso monumento en el centro de un pequeño parque. Como era ya muy tarde (cerca de las cuatro), y los restaurantes empezaban a no servir comidas, acabamos en un Kebab. Los empleados, o dueños, me resultaron simpáticos de modo irracional. Curiosamente, sólo uno era árabe, dicharachero y expansivo. Otro tenía barba y una cojera espantosa que le hacía mover toda la cadera, y ojos de tipo duro pero con buen corazón, como un protagonista de una novela de Pérez-Reverte o un eneno de Tolkien. El otro, parecido a Rupert Everett, tenía aspecto de gay jovial con un trasfondo de melancolía; ninguno parecía casar con el resto. Tres estereotipos proyectados por mi indolencia.

Gente miranto los espectáculos callejeros a la puerta del Pompidou
Después de comer, andado de vuelta a casa de forma intuitiva, sin mirar el plano, nos topamos con el Pompidou: ultra(pos)moderno y reconocible en su su sofoco de tuberías (las fotos); en algunas intersecciones la estructura está recubierta de modo chapucero por tablones, como casitas de árboles. Al principio no podíamos determinar si eran zonas en reparación o parte del chiste. Luego vimos más en la otra cara del edificio y la lectura estructural nos sacó de dudas. En la explanada frente al edificio había espectáculos callejeros: mimos y creo recordar que también un cantante.

Fuente de Stravinski. En fachada del Pompidou  pueden apreciarse las casitas de madera como hechas por Homer Simpson
Del Pompidou desembocamos en la Fuente de Stravinski. No sé muy bien cómo una cosa tan fea me pudo gustar tanto; quizá porque es fea aposta. Mecanicista y blanda a un tiempo, colorista y oxidada, Dadá pero, sobre todo, móvil y refrescante. Fue agradable quedarse allí un rato, entre la gente. Después entramos en una iglesia gótica que había justo enfrente, abierta, literalmente, de par en par, y que resultó llamarse St. Merry. Como casi todas, estaba trufada de elementos decimonónicos. Tenía sillas mirando hacia el altar (aquí las iglesias no tienen bancos, sino sillas de anea en formación), pero otras se ordenaban en torno a un escenario en la nave central cerca de la entrada. En una nave lateral, iluminada por luz natural, había varios cuadros coemporáneos de rostros, a la manera de Bacon, de no mala factura. No sé yo si se dicen muchas misas aquí, pero la vela del Sagrario estaba encendida.

Encontramos el piso de O. finalmente, permitiéndonos el lujo de hacer un poquito el flâneur por Le Marais, el exclusivo barrio de O.: vimos algún Hôtel al sesgo, una sinagoga art decó, judíos jóvenes con barba y kipá, y un parquecito secreto que delimitaba con una pared de la que pendía un tímpano sobreornamentado sin puerta.

Estábamos muy cansados cuando llegamos al piso. Dormimos una siesta de dos horas.

sábado, 25 de septiembre de 2010

París. Día primero: La Sainte-Chapelle y La Conciergerie

Hacemos nuestra primera cola seria para entrar en la Sainte-Chapelle y la Conciergerie. El espectáculo de la primera es aún más deprimente que el de Notre-Dame: el piso bajo esta ocupado en toda su mitad transversal por una tienda: postales, cojines, tazas, pósters, llaveros... La gente pulula. El policromado de apariencia bizantina, brillante y como recién pintado, hace parecer a la estancia ocupada de ese modo una mixtificación, una sala medieval de mentira y de dudoso gusto. El piso superior no mejora mucho: también demasiada gente, y muchos niños que incordian. Encima, están restaurando las vidrieras del ábside, que están tapadas; tampoco se ve el altar del relicario. Nada que ver con la grácil espiritualidad de vitral coloreada que prometen las fotografías. De nuevo, tan sólo el momento fugaz de una imagen en la vidriera en la memoria, como el plano detalle de una película.



EL control de acceso a la Conciergerie nos lo hizo un negro con aspecto de intoxicado que nos hacía pasar los bolsos por un escáner con cinta transportadora; pero él no miraba la pantalla. todo el mundo, al pasar el marco detector, lo hacía pitar, pero el negro nos instaba, sonriente e imperioso, a pasar, sin mayores comprobaciones. Podríamos haber llevado una bomba esférica de color negro, con mecha, que no se hubiera dado cuenta. Trataba de adivinar de dónde era todo el mundo. Nos preguntó si éramos españoles y, al decirle que sí, comenzó a decir "España gana todo, fútbol, Nadal..."

El (no) control da paso directamente a la impresionante Salle des Gens d'Armes (ahí comprendí de repente de dónde venía gendarme y qué quería decir): sostenida por gruesas columnas y una sobria bóveda múltiple de crucería (es uno de los edificios góticos civiles más importantes de Francia); hay varias chimeneas enormes, y una escalera de caracol de piedra, sustentada por un cilindro de columnas, que comunica con la cocina, ubicada en el piso superior para prevenir incendios.

Al fondo de la sala, tras unos escalones, a la derecha queda la Sala de Armas. Los capiteles de las columnas representan aquí animales grotescos y monstruos característicos del gótico, tan sorprendentes hoy. No obstante, en la columna central hay dos amantes, juntas las cabezas: al parecer, pueden ser una representación de Abelardo y Eloísa.

Hacía la izquierda, y después de atravesar el espacio generoso de la tienda de Souvenirs, se va a las dependencias utilizadas como cárcel durante la Revolución Francesa. Aquí han recreado el ambiente con objetos y maniquíes. Hay incluso una reconstrucción de la celda de María Antonienta, cuyo maniquí reza vigilado por el de un guardia oculto tras un biombo.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Las necesidades sexuales y el doble rasero socialdemócrata (Millenium II)

La única persona que entendía la pasión sexual que Silvio Berlusconi sentía por Michelle era su esposa, y la entendía porque él se había atrevido a hablarle de sus necesidades. No se trataba de infidelidad, sino de deseo. El sexo con Michelle le daba un subidad que ninguna otra mujer era capaz de darle, incluida Veronica [su mujer]. [...]


Junto con Veronica había explorado el sexo con dos mujeres -una de ellas una destacada galerista- y descubrió no sólo que su mujer presentaba marcadas inclinaciones bisexuales y que él mismo casi se paralizó de placer al sentir cómo dos mujeres la acariciaban y satisfacían simultáneamente, sino también que experimentaba una sensación placentera difícil de interpretar al ver cómo su esposa era acariciada por otra mujer. [...]


Su vida sexual con Veronica, por tanto, no resultaba ni aburrida ni insatisfactoria; lo que sucedía era que con Michelle la experiencia se le antojaba completamente diferente.


Ella tenía talento. Aquello, simplemente, era SJB. Sexo Jodidamente Bueno.


Tan bueno que él lo vivía como si hubiese alcanzado un equilibrio óptimo entre Veronica como esposa y Michelle como amante, según sus necesidades. No podía vivir sin ninguna de las dos y no pensaba elegir.
Valiente machista, Silvio; y rijoso ¿no es verdad? Repugnante. El problema es que el sujeto de estas acciones no es Silvio Berlusconi. He aplicado el mismo método que utilizó Gombrowicz para probar la verdad y la coherencia de un discurso: cambiar el sujeto. "Un día puso Alemania en un discurso donde los nacionalistas de su país escribían Polonia y la verdad resplandeció en todo lo alto." En realidad el sujeto principal del texto de arriba no es Silvio Berlusconi, sino una mujer, Erika Berger, una de las protagonistas de Millenium de Stieg Larsson. Donde dice la esposa, Veronica, debe decir Greger, el marido de aquélla; y el amante es Mikael Bloomkist, el héroe de la serie. De repente el párrafo no es machista, o la fantasía inverosímil de un varón que proyecta el deseo de tener una mujer sumisa y complaciente. De repente el texto habla de una mujer liberada y moderna; de una relación civilizada.

La clave la encontramos en la propia novela, un poco después del pasaje citado; la injusticia previa que la absuelve:

Mikael era un hombre; podía ir de cama en cama sin que nadie arqueara una ceja. Ella era una mujer y el hecho de que tuviera un amante -contando, incluso, con la bendición de su marido y considerando, además, que llevaba veinte años siéndole fiel a su amente- daba lugar a unas intersesantísimas conversaciones de sobremesa (Larsson: La chica que soñaba... p. 162).

Este es otro ejemplo del doble rasero que nutre toda la novela y que es un síntoma, o signo, de los tiempos.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Stieg Larsson, los hombres, las mujeres y el progresismo de hoy

Acabo de terminar La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, la segunda parte de la trilogía de Stieg Larsson. Después de leer el primero hace más o menos un año, no estaba seguro de querer leer ninguno más: me había entrenido, pero no me había entusiasmado; y no son breves. Comencé éste por curiosidad y tengo que admitir que me enganché. Engancha y divierte, qué duda cabe, a pesar de algunas prolijidades y trampas.

Ahora bien. Desde un punto de vista ideológico, se trata del libro más socialdemócrata -en la acepción irónica que emplea Arcadi Espada-, más políticamente correcto que he leído en la cuestión de las relaciones entre hombres y mujeres (que es el tema que vertebra la trama de los dos libros que yo he leído hasta ahora). Está al borde de la parodia, pero no lo es. Es más bien un síntoma.

Los principios fundamentales del progresismo en materia penal, a saber, la presunción de inocencia, el derecho a defensa y a juicio justo, y que la pena por un delito no implique castigo físico, no rigen en él para los hombres en relación con las mujeres. Sencillamente porque los hombres son culpables ontológicos. La injusticia secular que han cometido anula culaquier posibilidad de ser injusto con ellos: es imborrable, un pecado original sin Dios que pueda redimirlo. Lo que tanto odia la progresía, el ataque preventivo y el "algo habrá hecho", es, sin embargo, aplicable a los varones. Por eso en la novela una mujer policía, garante de la Ley, puede abofetear a un colega por un insulto, en lugar de denunciarlo, mientras que una situación opuesta sería un acto atroz de violencia de género. Por eso la protagonista puede torturar a un ser humano: el hombre era un putero que se acostaba con mujeres menores. Los únicos hombres que pueden librarse (el grupo de protagonistas buenos, incluido un boxeador cuya fuerza bruta es necesaria en el desarrollo de la trama) son los que asumen su culpa y se pasan toda la novela pidiendo, literalmente, perdón por si un comentario ha podido ser sexista, y subrayando la absoluta libertad e independecia de sus compañeras de aventuras.

En lugar defender el argumento de razón, de progreso, de que los hombres constituye una abstracción -hay este hombre o aquel hombre-, y que por tanto este hombre o aquel hombre no son responsables de la la conducta volenta de aquel otro hombre o este otro hombre, cierto progresismo actual se siente fascinado por esa suerte de injusticias o derechos atávicos de grupo, producto de una no menos atávica injusticia histórica. Historicismo, grupo -colectividad-, injusticia (¿rémoras de un marxismo al que todavía se apela de modo subconsciente?): es lo que justifica en mayor o menor medida, a los ojos socialdemócratas a nacionalistas, terroristas no occidentales y a las mujeres. La culpa del varón mítico; la culpa de un Occidente no menos mítico.

La idea seminal que subyace a esta novela es misma que ha hecho posible en España una Ley, real, material, como la de Violencia de Género, donde un varón es culpable per se. Puedo imaginar a Bibiana Aído leyendo La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y disfrutando con delectacción y diciendo para sí, "tooma" cada vez que una mujer propina una patada o un insulto a un varón, que lo merecía, por presuntuoso. Porque la novela está concebida para eso.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Los veranos del Corral

Esta es la crítica que he escrito para Granada Digital de las tres representaciones dadas por la compañía Teatro para un instante dentro del ciclo Los veranos del Corral celebrados durante el mes de agosto en El Corral del Carbón.

Qué no se acabe nunca este Instante