martes, 30 de junio de 2009

La Sinfónica de Londres y la banda sonora del Festival

No he realizado ninguna estadística, pero tengo la impresión de que la música sinfónica más interpretada en el Festival ha sido la de Ravel, Debussy y Stravinski. No está mal: alguna de las obras de los primeros están, directa o idirectamente, inspiradas en Granada; es una música de gran afinidad estética con la de Falla, en cuyas fuentes bebió; y su naturaleza sonora, lánguida, sensual, plena de hallazgos tímbricos que bordean la sinestesia, resulta muy apropiada para escucharse al aire libre, en el inevitable, incomparable marco. Por eso, aunque sospechemos que las grandes orquestas programan este repertorio, aparte de por tenerlo trillado, por cierta pulsión orientalista que los lleva aquerer tocar "Iberia", "La rapsodia española", etc. precisamente aquí -ojo a la página oficial de la Sinfónica de Londres, que anuncia sus programas en Granada como "exotiques"-, lo cierto es que está también ligado a veladas memorables, de un profunde goce estético. Para mí es la genuina banda sonora del Festival, de modo que cuando escucho alguna de estas obras las asocio ya con el escenario circular del palacio, las sillerías y los granitos fatigados bajo los potentes focos, las cuestas, las luces del Albaicín, los cipreses, las adelfas o la brisa fresquita que se digna a venir de vez en cuando como un oreo.

Estos días, la Sinfónica de Londres ha venido, una vez más, con este repertorio y algunas otras obras. No ha tenido el pellizco de otras veces. Quizá por mis propias expectativas, pero creo que también porque la orquesta ha venido muy relajada y ha bordeado el bolo -comparada, por ejemplo, con la interpretación maravillosa de Los cuadros de una exposición por el Concertgebow de Amsterdam el año pasado. Sin embargo, justamente en las otras obras, el Tercer concierto para piano de Prokofiev o las dos de Charles Ives, De los campanarios a las montañas y, sobre todo, La pregunta sin respuesta, la orquesta sí ha estado a la altura esperada. Puede que por menos trilladas. Puede que porque Michael Tilson Thomas, el director, es un difusor comprometido de la obra de Ives...

Para interpretar The Unanswered question, Tilson Thomas dispuso que las cuerdas tocaran desde la sala interior del palacio que hay tras el escenario y situó la trompeta en el primer piso; los únicos músicos en el escenario fueron las maderas. Él dirigía todo el conjunto con una web cam. La obra, muy conceptual, consiste en unos acordes cósmicos reiterados de las cuerdas sobre los que la trompeta enuncia siete veces la pregunta más importante, sobre el sentido último de la vida. Las maderas ensayan seis respuestas infructuosas, cada vez más disonantes; la última vez, la trompeta queda sin respuesta... El pianissimo de la cuerda, acentuado por la disposición física de ésta fuera del recito fue sobrecogedor... ¡Se hizo el silencio! Un parecido efecto acústico con la primera obra (campanas en el escenario, batería de viento metal en el primer piso) le dio también una espectacularidad semejante. Otro gran momento mágico -de gran lirismo místico en este caso- que sumar al Festival.

lunes, 29 de junio de 2009

Ya es Festival

Llega por fin el Festival de Música y Danza de Granada: como todos los periodos de fiesta, impone su impronta cíclica frente a los días anodinos que transcurren lineales para perderse. Y como digo siempre que llega: es para mí uno de los momentos más felices del año, un tiempo verdaderamente festivo, es decir, excepcional: por la acumulación inusual de conciertos y los rituales que conllevan; por las emociones que despiertan -imagino que cualquiera que cultive una afición que tenga sus propios encuentros sabrá de qué hablo. Las calles están decoradas con carteles alusivos, con luces de colores, y parecen puestos ahí para uno. Los días comunes pasan, pero el día en que hubo un concierto memorable, permanece.

Y, sin duda quedará en la memoria el concierto de inauguración de este año, a cargo de una de las voces más importantes del siglo XX: Edita Gruveroba. Creíamos que la edad la había ido empujando con gentileza hacia el lied, y que escucharíamos el hermoso recital de una voz impecable pero que ya no es joven. Y así fue en parte. Con la salvedad de que al final se dejó caer con dos propinas belcantistas de agilidades y agudos imposibles, en un desplante torero de diva como para aclarar cualquier malentendido sobre quién es ella y cómo está su voz. Apoteósico.

También han comenzado los matinales de música antigua: el Grupo La Folía, so pretexto de conmemorar (que no celebrar) el aniversario de la expulsión de los moriscos, interpretó música profana de cancioneros de la época de Felipe III, con letras, entre otros de Lope o Góngora. Maravillosa matinée, como suele ser costumbre, y una manera única de releer grandes algunos poemas y sorprenderse del arte y el talento de los clásicos.

viernes, 26 de junio de 2009

Mario Vargas Llosa en Granada

Son días de mucho trabajo: corregir exámenes, presentar memorias, propuestas de proyectos de innovación docente... No obstante, tuve tiempo de acudir a la entrevista de "El intelectual y su memoria" que le hicieron a Mario Vargas Llosa en una hora y lugar intempestivos (el complejo Triunfo de la Universidad, a las 9:30, cuando suelen ser en la Facultad de letras y a mediodía; aún me pregunto por qué), un día antes de investirlo Doctor Honoris Causa).

El planteamiento del acto también fue novedoso: lo normal es que la entrevista esté preparada por el presentador/acompañante, en este caso el profesor Ángel Esteban. Sin embargo, éste realizó tan sólo una pregunta incial y dejó el resto al público, por lo que aquéllo fue un auténtico coloquio. Esto puede ser muy peligroso, pero he de decir que la cosa salió bien, y que el acto resultó ameno e interesante.

Como era de esperar, hubo preguntas sobre literatura y sobre política. Sobre la segunda, me pareció especialmente interesante la que le hicieron acerca de unos disturbios indígenas en Perú en los últimos días (o semanas), de los que debo reconocer humildemente que no tenía noticia, en donde al parecer ha habido decenas de muertos. Con su claridad y su talante librepensador habituales, Vargas Llosa dijo que pensaba que en este caso se había producido una de las paradojas habituales de la Historia: el motivo de éstos eran unas leyes para regular la selva que habían sido interpretadas como una amenaza a la pervivencia de las comunidades indígenas. La virulencia de los disturbios, donde la mayoría de muertos han sido policías salvajemente mutilados -aunque también han muerto indígenas por las cargas-, había conseguido que el gobierno, asustado, se retractara de su aplicación. Sin embargo, Vargas Llosa opinaba que aquellas leyes protegían por fin de facto a las comunidades indígenas, que no poseen las tierras por ley sino por tradición, regulaban aquel territorio y permitían las inversiones y la prosperidad frente al narcotráfico, dueño actual de la zona. Que los indígenas, alentados por el populismo anticapitalista tan propio de Iberoamérica, habían obtenido una derrota tras la apariencia de un triunfo, contribuyendo a perpetuar su estado de indigencia.

Acerca de la Literatura, fui muy curiosa e hilarante la historia de la publicación de su primera novela, La ciudad y los perros. Tras diversos rechazos, Carlos Barral se avino a publicarla, sugiriendo presentarla al premio "Biblioteca breve" (que ganó) para, por el prestigio, presionar a la censura. Vargas Llosa no creía que una novela así pudiera pasar ésta, pero, aparte del premio, se realizó una campaña a su favor de gente no demasiado lejana al régimen entre los que figuraron, por ejemplo, José María Valverde. Al final sólo le censuraron ocho palabras. Y allá que fue el autor a una oficina ignota a discutirlas. Una de ellas era el adjetivo "cetáceo" atribuido al vientre de un coronel: "vientre de cetáceo". Contó Vargas Llosa que, por hacer una broma que lo congraciara con el censor, propuso cambiar "vientre de cetáceo" por "vientre de ballena". Y para su absoluta sorpresa, el censor repuso que sí, que si era de ballena estaba bien. Otra era "burdel", más que nada porque era el capellán (único religoso que aparecía en la novela) el que lo frecuentaba. Por probar, Vargas Llosa sugirió cambiar a "prostíbulo". Y al censor también le pareció bien, porque esa palabra no la entendía tanta gente... Y así fue cambiando todas las palabras por sinónimos. Podéis imaginar las carcajadas del auditorio cuando contaba esto. Luego añadió que, en Perú, los militares hicieron una quema pública de la novela pero no se les ocurrió prohibirla (quizá ni siquiera sabían que podía prohibirse una novela). El resultado fue que ésta se convirtió en un best seller, porque todo el mundo quería saber por qué la habían quemado los militares.

sábado, 13 de junio de 2009

Categorías

Hace poco, un poeta contó en un acto público la anécdota que le había inspirado un poema: en el Cabo de Gata cogió un esqueje de cactus del borde de una carretera para trasplantarlo en una maceta en su casa y se pinchó. Entonces, otro poeta que estaba con él apostilló que también había cogido un esqueje de cactus en Almería del borde de una carretera para trasplantarlo a una maceta. Que el hecho de que un poeta coja una flor de un camino para ofrecérsela a la amada es un lugar literario, pero que se veía que ahora los poetas no cogían flores sino cactus, que lo hacían en una carretera, no en un camino, y no para dárselo a una amada sino para trasplantarlo en una maceta. Y que la coincidencia entre ellos dos permitía elevar la anécdota a categoría. Esto provocó las risas del público.

Tenía razón. Es una definición magnífica de la poesía que hacen: un trozo de cactus cogido de una carretera trasplantado a una maceta propia. En efecto: una auténtica categoría crítica, estética, moral, vital.

miércoles, 10 de junio de 2009

Ojos azules

Ojos azules es un cubito de caldo concentrado de Pérez-Reverte. Una pura decantación de Pérez-Reverte. Esto quiere decir que, a quien no le guste Pérez-Reverte, que ni se acerque al libro, y, a quien le guste mucho, que vaya de inmediato a hacerse con uno porque va a pasar un rato estupendo, si bien brevísimo: uno de los claros inconvenientes del libro es que es un descarado artículo de lujo a costa de la firma de éxito del autor: es un cuento de la extensión de los que regala la Rober, sólo que ilustrado y encuardernado en tapa con sobrecubierta al precio de 14 €. Las ilustraciones, por cierto, obra de Sergio Sandoval, tienen una técnica impresionante, pero las encuentro un punto cursis.

A la obrita la precede un magnífico prólogo de Pere Gimferrer, de gran perspicacia crítica (y que aporta cierto relleno de decoro). Tanto es así que voy a limitarme a copiar aquí un fragmento de éste que permite hacerse una idea cabal de lo que puede encontrarse en el relatito o miniatura, como no tiene más remedio que admitir Gimferrer:
Miniatura magistral de la escritura de Pérez-Reverte, Ojos azules me trae a la memoria cierta frase de Emerson que solía recordar Borges: comprendiendo un momento de la vida de un hombre podremos comprender toda su vida. Del mismo modo, quien lee Ojos azules no sólo percibe la vida entera del soldado que la protagoniza, sino el alcance y significación del extenso episodio épico en el que se inserta, y , en otro sentido, la dimensión de toda la numerosa, variada y rica trayectoria narrativa de Pérez-Reverte, cuyas virtudes compendia especularmente y espectacularmente en un admirable microcosmos (pp. XII-XIII).
Otra referencia interesante en el prólogo es al empleo deliberado de un registro actual y coloquial, huyendo de la tentación, absurda ya, de intentar remedar el habla de la época mediante arcaísmos etc. y que justifica muy bien la decisión de Reverte, extensible a sus otras crónicas históricas más o menos noveladas.

A mí es éste el Reverte que me gusta, y me gusta mucho: el que narra de manera suelta e informal aspectos de la historia; el de La sombra del águila, Territorio comanche, Cabo Trafalgar y la magna, excelente crónica Un día de cólera. Ello frente a sus novelas "grandes" o "serias", donde creo que resulta más forzado y encorsetado, no exento de tópicos y estereotipos sin ironía; donde trata de comunicar con subrayado excesivo una determinada idea a priori, casi siempre moral y donde sobran bastantes páginas... (Y, no obstante, su última novela, El pintor de batallas, constituye una excepción: se ha descolgado con una novela muy seria y precisa, sin retórica hueca, de calado más profundo pero que no renuncia a la trama. Si se trata de un punto de inflexión, como ya apunté Reverte está cogiendo hechuras de clásico.)

Por cierto, no terminaba de entender a qué el título de la obra: se comprende justo al final, aunque, la verdad, en el fondo tampoco hay que ser muy perspicaz para comprenderlo aun antes.

sábado, 6 de junio de 2009

Esperando a Godot

El sábado 30 fue el último concierto de la temporada de la OCG, uno familiar en el que participaba el coro. Después de éste había una reunión de representantes del coro con los de la orquesta en el hotel Saray. Rafael se quería quedar. Al final, en lugar de marcharme a casa o a alguna otra parte, yo también decidí quedarme en el hotel a esperarlo, leyendo. Rafael me dejó sus cosas, entre las que se encontraba Esperando a Godot, que es lo que estaba leyendo él en ese momento; decidí releerlo. Me atrae mucho esa idea de un tiempo muerto donde se lee una obra breve completa. Y así, a pesar del ruido circundante (el resto de mesas estaban ocupadas, y además había una boda), me sumergí en la lectura. Fue una experiencia intensa y gratificante: a pesar de la dificultad y de la abstracción de la obra, el entorno se difuminó y asistí al desenvolvimiento de esta experiencia desasosegante y moderna. Mientras leía estalló una tormenta en la calle. La verdad es que todo contribuía a generar la atmósfera precisa.

No me extraña que Beckett sea uno de los autores favoritos de Adorno; tiene todas las características de lo que éste esperaba de la obra literaria: por ejemplo, que ésta sea como la música, una abstracción cargada de sugerencias, imposible de dotar de un sentido concreto; y, en efecto, es inútil tratar de encontrar, no ya un sentido, sino cualquier sentido a Esperando a Godot: como la música, y a pesar de los referentes inevitables a la lengua, el discurso es una pura sugerencia que estalla en muchas direcciones, sustentado tan sólo en un ritmo y una estructura. Pero no sólo eso: la sugerencia o expresividad de la obra de arte tiene que ser difícil y dolorosa, mostrar la angustia del mundo. También ocurre esto en EaG, donde todo es tristeza, angustia, absurdo apenas mitigado por unas gotas de compasión y de compañerismo: así se convierte, como quería Adorno, en un foco genuino de resistencia negativa que, en su no sentido, se niega a ponerse al servicio de nada, es un puro fin en sí misma que, sin embargo, con su expresividad angustiosa, grita verdades, no por imprecisas, menos necesarias.