Aarhus es como un estereotipo nórdico: limpia, con casas coquetas y conjuntadas, de buen gusto arquitectónico general, sin las ostentaciones catetas mediterráneas (balaustradas o piñas). Como no tienen persianas ni cortinas, por recoger toda la luz posible y por la moral protestante (en casa no vas a hacer nada que no pudieras hacer en público), por la noche la ciudad parece un catálogo de interiorismo. Da ganas de vivir en todas: muebles funcionales, modernos, luces indirectas, estanterías con libros, parejas jóvenes haciendo juntos la cena, alguien que lee en un sillón... Las bicicletas no las atan, las dejan apoyadas en cualquier parte, o tiradas en el suelo. No obstante, los jóvenes hacen botellón, y gritan y cantan, y los pubs abren hasta tarde.
En el congreso nos trataron a cuerpo de rey: nos ponían fruta -melón, kiwi, naranja, uvas, piña...- y café por las mañanas para los intermedios entre sesiones, y nos dieron comida y cena (a las 12:30 y 17 respectivamente): buffet frío: rodaballo y salmón ahumado (todo un descubrimiento), ensaladas, quesos, carnes frías. En las sesiones de la tarde, acompañaban al café con bizcochos; cada día uno: limón, caramelo y almedras. Para compensar, el café era agua de fregar, pero entraba muy bien con el frío, porque frío hacía un rato: asistimos a la primera nevada del curso. También nos dieron unas tarjetas para que pudiéramos ir del hotel a la universidad en taxi, a pesar de que no estaba muy lejos. Dos por persona, pero nos juntábamos todos los congresistas del mismo hotel y pudimos ir siempre en coche.
Supongo que la organización del congreso se pudo permitir todos estos dispendios en parte porque el número de asistentes era muy reducido: cabíamos todos en una sala grande en varias mesas largas dispuestas en forma de C en torno al atril del orador. Ha sido un congreso de ambiente familiar, donde conferenciantes y comunicantes convivíamos y asistíamos a todas las sesiones. De hecho, salíamos juntos a tomar algo, y juntos vimos muchos de nosotros el museo de arte contemporáneo de la ciudad. El nivel ha sido de los más altos que yo recuerde, con muy poco bullshit o faenas de aliño, y mucha implicación en las discusiones. La cuestión central fue la noción de autoficción en relación con la memoria de la Guerra Civil Española y la posguerra. Las estrellas del congreso fueron Carme Riera, Elide Pittarello, y Jordi Gracia. Riera habló de la autoficción en su novela La mitad del alma, en la que la que una narradora que se llama como ella desarrolla una historia de memoria ficticia en primera persona; esto le costó algún disgusto: con su propia madre, que no tuvo nunca una aventura extramatrimonial (y menos con Albert Camus, como se sugiere en la novela); problemas de la autoficción. Pitarello habló de la obra de Antonio Muñoz Molina. Dio algunas ideas interesantes; por ejemplo, que su narrativa en relación con la autoficción experimentaba un cambio a partir de Ardor guerrero, con una mayor imbricación entre autor empírico y narrador, y que culminaba en Sefarad y en una obra que a ella le parecía importante y que, a su juicio, había pasado desapercibida por la crítica: El viento de la luna. Su última novela, La noche de los tiempos, a pesar de algunos detalles finos (sic), la consideraba un cierto retroceso con respecto a los avances narrativos de obras anteriores (la opinión de que la novela es floja estaba bastante generalizada, por cierto). Jordi Gracia, por su parte, habló de Anatomía de un instante de Javier Cercas. La describió entusiásticamente como una novela en la que lo real, que lo es, y probado documentalmente con un aparato crítico final, se subsume en la lógica novelesca para construir un sentido eminentemente ficcional que sería imposible con la mera presentación de los hechos en forma de reportaje. todos las advertencias del autor (empírico) de que la obra era el resultado de su fracaso como novelista y por tanto no ficción forma parte del artificio mismo de la autoficción. Este tipo de híbridos produce confusiones: a la obra le han dado tanto premios de narrativa (el nacional, sin ir más lejos) como de ensayo. Cercas, por cierto, y Soldados de Salamina fue una de las estrellas del congreso (para la narratología en relación con estos temas de la memoria y la autoficción, da mucho juego). Había apasionados defensores y detractores. En las discusiones se perfiló como una suerte de anti-Cercas el novelista Isaac Rosa, izquierdista notorio, quien, con una obra de corte similar a Soldados de Salamina, El vano ayer, realiza por el contrario una crítica indirecta a aquélla, acusándola de complaciente y tranquilizadora. Rosa también había escrito una primera novela, publicada en una pequeña editorial, en la que, según él mismo, incurría en defectos similares. En su reedición para Seix Barral la retituló como Otra maldita novela sobre la Guerra Civil, y, en lugar de revisarla, construyó un metadiscurso a partir de un lector implacable de la obra que va comentando cada capítulo: otra perita en dulce para un teórico de la literatura, claro.
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