viernes, 20 de marzo de 2009

La música de Juan Ramón Jiménez

El pasado miércoles, la Cátedra Federico García Lorca organizó un acto precioso, una de esas ideas a la vez originales y evidentes que al verlas materializadas nos hacen pensar cómo no se han hecho antes: aprovechando que dos libros de la poesía primera de Juan Ramón Jiménez (Arias tristes y Jardines lejanos) incluyen al comienzo de sus distintas secciones las partituras de algunas piezas musicales (característicamente lánguidas y de salón) a modo de cita con la que marcar el tono de los poemas, se montó un concierto-recital consistente en interpretar dichas obras y leer algunos poemas de cada sección. La música (Elogio de las lágrimas, Serenata, Tú eres la paz, de Schubert, la Gavota de Gluck, Dolor sin fin de Schumann y una Romanza sin palabras de Mendelsssohn), casaba a la perfección con los poemas de triste dulzura y romanticismo un punto ingenuo del primer Juan Ramón:

Un piano ha llorado, a lo lejos,
la serenata de Schubert

El piano que ha llorado
la divina serenata,
me ha matado dulcemente
en la noche perfumada.

Y al triste son de sus notas,
muerto y solo con mis lágrimas,
he descendido al jardín
a consolar a mi alma.

Dulce piano, ¿qué tienes
dentro de ti, que así matas
al corazón que te escucha
tras la entreabierta ventana?

¿Qué es eso que desde ti
tan tristemente me llama
y me hace bajar llorando
al jardín lleno de almas?

La noche sufre en silencio;
tibia noche de nostalgias
¡qué amarga es tu primavera
de brisas y de fragancias!

¿Quién piensa en el cuerpo? Todo
esta noche tiene lágrimas,
las estrellas están tristes,
la luna muerta, y el agua

de la fuente llora tanto
que da fatiga escucharla:
lloraré como la luna
y las estrellas y el agua.

Hay que llorar... El piano
preludia ya otra sonata;
mi corazón siente frío;
noche, llévate mi alma

a donde vayan las notas
del piano, a donde vayan
tus tenues brisas, a donde
vayan tus finas fragancias.


Para terminar, y conmemorando el centenario de la muerte de Albéniz, se recitó el impresonante poema escrito por Juan Ramón a la muerte de aquél, "A Isaac Albéniz en el cielo de España", uno de cuyos versos dice: "Sevilla, Triana, El Puerto...", y a continuación se interpretó, de Albéniz, justamente Sevilla, Triana y El Puerto, a las que se sumaron para concluir el concierto, Rondeña, y Polo.

El recitado de los poemas corrió a cargo de quien tuvo la idea, a la sazón director de la cátedra, Antonio Carvajal. Los pianistas fueron Javier Cembellín y Belén González Domonte. Es de justicia señalar, sin menoscabo de la magnífica interpretación de aquél, que la pianista estuvo soberbia, una de las mejores interpretaciones que yo haya escuchado en tiempo: fraseo elegante y giusto en el Gluck, para cambiar completamente de atmósfera (pedal y ensoñación) en Schumann; y Albéniz... Ah, Albéniz: casi increíble la limpieza y precisión sonámbula de toda la trabazón de filigranas diabólicas de la Rondeña. Una velada para recordar. Que haya muchas más, amén.

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