La lectura del artículo me suscitó una respuesta que envié a mi vez a las correspondencias de Espada y que también ha publicado. Como resume alguna de las cuestiones que pienso del particular, la copio aquí.
Estimado Sr. Espada:
Encuentro muy oportuno que Aleix Mercadé le haya enviado justamente a usted el artículo que ha escrito. Porque creo que el mal del colectivo GLBT en cuanto grupo político es el de lo que usted ha denominado socialdemocracia: lo quiere todo a la vez: igualdad y diferencia, visibilidad e intimidad, matrimonio entendido al modo burgués más adopción y radical apertura venérea… Entiéndaseme: quiere representar ideológicamente todo eso a la vez, sin reparar en contradicciones o aporías meramente argumentativas, bajo la simple excusa -por otra parte cierta- de que cada individuo homosexual es distinto; claro; pero entonces, ¿cómo constituirse en grupo político con una línea ideológica común más allá de la mera reivindicación genérica de la no discriminación? Esto hace de la marcha del orgullo gay una cosa muy parecida a la procesión del corpus de mi ciudad: primero va la Tarasca (un maniquí que marcará la moda del verano subido sobre un dragón), los gigantes y los cabezudos, que pegan a los niños con vejigas de cerdo infladas; después, sin transición, el alcalde, collar y bastón, los canónigos, el incienso y la custodia con el mismísimo Jesucristo transubstanciado. En la cabalgata tampoco hay transición de los políticos en general, serios, responsables, reivindicando la igualdad, y luego, en las carrozas, aquellos a los que todo eso igual da. Casi echo de menos a los honrados pioneros de Stonewall, tal y como se retratan en la película homónima, que se quitaban el maquillaje y el pelucón (cuando ser homosexual probablemente te abocaba a vestirte de mujer, como le sucedía a los mariquitas del franquismo) y se ponían su corbata y su chaqueta a la hora de coger la pancarta porque entendían que para una reivindicación de igualdad el decoro resulta imprescindible.
En definitiva, los derechos implican responsabilidades, principio que la socialdemocracia según usted la define trata de eludir por incómodo. Si uno quiere matrimonio e hijos, bandera a la que me sumo gustoso, tiene que asumir la fidelidad -¿para qué casarse si no?-, y que se acabaron los trasnoches, como han comprendido tantos amigos míos heterosexuales que empiezan a tener sus primeras crías. Pero esto yo sólo se lo he escuchado, en calidad de homosexual, a Álvaro Pombo. No me sorprende que milite en la formación política más razonable hoy día y que firme manifiestos llenos de sentido común.
Siga con lucidez.
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