Si tuviera que definir la ambivalencia que me ha producido Los abrazos rotos podría hacerlo con la frase de una canción de Serrat que dice algo así como "me gusta todo de ti pero tú no". La película explica muy bien per negationem lo que es una estructura y cómo una obra de arte lo es por excelencia: en Los abrazos rotos se produce una sucesión de escenas magníficas -una de ellas me parece una de las cumbres del cine de Almodóvar-, de interpretaciones soberbias (la de José Luis Gómez es una de las mejores que he visto en mucho tiempo), de atinadas referencias cinéfilas, de juego de espejos..., pero que no terminan de funcionar juntos. Como sucedía en La mala educación, la impresión final era de que se contaba de una manera formalmente muy compleja una historia tan sencilla que casi no era historia y que, por tanto, lo que le interesaba al director era el alarde formal en sí, lo que comunicaba a la película un aire forzado y fallido en contraste, por ejemplo, con Volver, que fluye como dotada una gracia natural y donde parece que no sobra ni falta nada. Y, no obstante, en La mala educación, al final de esa complejidad se percibía un trasfondo que la justificaba en parte: explicar las relaciones entre la realidad y la memoria, simbolizada mediante el acto de convertir en película los propios recuerdos. Sin embargo, en Los abrazos rotos nada parece justificar el montaje en forma de rompecabezas, aparte de que éste en sí no funciona: el resultado final carece de ritmo y hay demasiados flecos que se quedan sueltos (sobre todo el del personaje de Ernesto Martel jr.). Da la impresión de que en el proceso de descubrimiento de la historia, al desarrollar el guión o durante el propio rodaje, la trama no termine de cuajar -las piezas de encajarse- pero Almodóvar haya continuado por pura obstinación; quizá porque hay un momento en que una película está tan avanzada que, simplemente, ya no puede pararse o abandonarse; la frase final de ésta, "las películas hay que terminarlas aunque sea a ciegas", parecería confirmar esta idea y ser una suerte de justificación de un director que no sólo no es tonto sino quizá excesivamente consciente de su trabajo.
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