La semana pasada la tuve tan repleta de actividades culturales que merece un resumen.
El viernes 8, concierto de Barbara Hendricks en el Auditorio Manuel de Falla. Una de las grandes sopranos de todos los tiempos, pero ya con una edad. Una gira crepuscular por lugares que no se la podían permitir en la plenitud de su carrera, imagino. Con todo, el concierto no fue ni mucho menos un bolo: dio un recital de dos horas que incluyó lieder de Schubert, Mahler, Barber y las Siete canciones populares de Falla. El resultado fue técnicamente impecable pero el instrumento, la voz, estaba al límite de sus posibilidades: pesante, metálica con tendencia a irse al registro grave. Mereció la pena. Dio tres propinas: Delibes, el Ave Maria de Schubert (una de sus grandes creaciones; precioso el pianissimi que hizo en la última repetición), y un espiritual negro. El espiritual fue sobrecogedor y perfectamente apropiado para las condiciones actuales de su voz. Si hubiera venido con un recital de espirituales hubiera sido un concierto para la historia de la ciudad; con todo, lo es, en cierta medida.
El sábado 9 fuimos a Andújar a la comunión del sobrino de Rafael, que la hacía solo, el pobre, porque en mayo, en Jaén, un alérgico al olivo solamente puede huir de la provincia. No es un acontecimiento cultural público, aunque las anécdotas darían para un post mucho más interesante que el presente. Cantaron el propio Rafael y un grupo de amigos; uno de ellos, Conchi, acompañó con una viola. El cura sacó esa agresividad territorial que aflora en algunos sacerdotes cuando se acerca alguien de fuera a su parroquia, en lugar de agradecer el posible enriquecimiento, y trató de boicotear el acto: primero dijo que para qué cantar en latín habiendo tantas canciones bonitas en español -para que cantar a Mozart estando Gabaráin, vaya-; esto lo dijo bajo un enorme zócalo del altar mayor con un lema en latin. Luego suprimió alguna de las obras que traían preparadas porque él ya tenía canciones previstas. Previstas para cantarlas él solo, a voz en cuello, como si estuviera oficiando una Misa Negra, esto es, una parodia de la Santa Misa. La combinación fue, cuando menos, peculiar.
La misma tarde del sábado, directamente desde el banquete de la comunión, sin pasar por casa, volvimos al Auditorio a escuchar al Cuarteto Ensemble Vega y a Antonio Carvajal, que interpretaban Las siete palabras de Cristo en la cruz de Haydn. Carvajal leyó sus poemas sobre las Siete palabras precediendo a cada uno de los movimientos que Haydn compuso ilustrarlas musicalmente (más la Introducción y el Terremoto finale). Maravilloso: Antonio recitó espléndidamente, sobrio, contenido, claro, despacioso, grave y solo. La versión de la obra para cuarteto (Haydn realizó hasta tres: para orquesta y coro, para orquesta sola y para cuarteto de cuerda), resulta la más apropiada para nuestra sensibilidad contemporánea, por la reducción que implica de todo el discurso musical a sus líneas maestras y su mínima expresión, lo que hace además, que aflore de modo más claro la lógica de la obra y su relación con el texto. El cuarteto estuvo soberbio, preciso y matizado.
El domingo 10, como colofón a un día dedicado a reponernos de la intensidad del anterior, fuimos a ver El discurso del Rey (Tom Hooper, 2010). Bonita, emotiva, simpática, decorosa; quizá no mucho más. Perfecta en cualquier caso para una tarde tranquila de domingo que culminar con un helado en Los italianos.
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