Y, claro, el Festival termina con Barenboim. De sus tres conciertos, yo sólo fui al que hizo como pianista: tocó los dos conciertos de Chopin; en este caso, el director fue el asistente de la Staatskapelle de Berlín, Julien Salemkour. Y dirigía, sí, pero con un ojo puesto en Barenboim; y Barenboim hacía visajes significativos (en un momento dado, uno muy claro a los contrabajos para que destacaran su apoyo a su pasaje de piano), como el rey que abdica en favor de su delfín para seguir mandado desde la sombra.
Qué voy a decir. Pocas veces puede escucharse tocar el piano así, con ese fraseo, con esos pianissimi de exquisita delicadeza; con ese rubato justo para condensar la emoción de la frase sin vulgarizarla... En el segundo movimiento del primer concierto, justo antes de que las cuerdas retomen el tema principal ornamentadas por el piano, en esos arpegios dubitativos a modo de preludio, el piano sonó con una extraña cualidad acuática, mágica, que desbordaba el timbre natural del instrumento.
El concierto concluyó con dos propinas también de Chopin: un nocturno -el n.º 8 op. 27 n.º 2 (gracias, Patricia) con el que Barenboim detuvo el tiempo, y la célebre polonesa "Heroica" con la que casi parte el piano en dos. Y el Palacio de Carlos V que casi se cae con los aplausos.
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