Como es bien sabido, en el siglo XIX se había descubierto que todo individuo tiene que pertenecer a una nación o a una raza determianda si realmente pretende ser conocido como ciudadano burgés. "De la humanidad a la bestialidad por el camino de la nacionalidad", había dicho el dramaturgo austríaco Grillparzer. Justo por entonces empezó eso de la "nacionalidad", la fase previa a esa bestialidad que estamos viviendo ahora [se refiere a la I Guerra Mundial]. (p. 19)
Más adelante, el protagonista, un noble local, le dice a un tarbernero judío:
Con todo, la teoría de Darwin me sigue pareciendo icompleta. A lo mejor son los monos los que proceden de los nacionalistas, pues los monos suponen un progreso. Tú que conoces la Biblia, Salomón, sabrás que en ella está escrito que el sxto día Dios creó al hombre, no al hombre nacional. ¿No es así, Salomón? (p. 21)
La ofensa se realiza desde una visión del mundo elitista y aristocrática: como he dicho, la de un noble local que añora otros tiempos. Esto le aporta, sin quitarle un ápice de validez a estas opiniones, un interés narrativo por la ambivalencia que comporta: es el aristócrata quien defiennde valores ilustrados -pero también ciertos privilegios- frente a una masa burguesa que, aun representando la democracia -a la que el noble odia-, también representa la mediocre obsesión por la identidad nacional y su exaltación que conducirá a la xenofobia, el odio entre grupos humanos que antes convivían de modo pacífico y, finalmente, la guerra.
Por lo demás, El busto del Emperador es un relato magistral del ocaso de una época y el comienzo de otra, condensado en una anécodta pintoresca (relativa al busto que le da título), que se carga de una gran profundidad simbólica: el arrumbamiento y entierro de un busto del emperador, que es a su vez el símbolo del final del Imperio Austro Húngaro con el advenimiento de la Primera Guerra Mundial.
A veces uno, personalmente, en el mundo del lenguaje "no sexista", en el de la imposibilidad del humor o la ficción por el miedo a ofender a "colectivos", donde se censuran o autocensuran novelas y películas; en el mundo de las identidades y la obsesión por una diversidad solipsista y pre-ilustrada que no se articula en lo que tenemos de común y que por tanto no es en absoulto enriquecedora; en el mundo en el que vuelve la moralina, sólo que ahora es laica y progresista...; y todo en nombre de unas supuestas democracia y modernidad en realidad prostituidas; uno, entonces, se siente (con un claro poso de vanidad mal confesado, claro) identificado con ese aristócrata protagonista del relato que sabe que vive un mundo en el que sus ideas, las que él cree correctas, van perdiendo, y que ya comienza a no ser el suyo.
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