Este año, los conciertos matinales, que suelen ser de música antigua (pero no necesariamente: de hecho, en la presente edición se dedicarán a música contemporánea de hispanoamérica) han comenzado de manera extraña: el primero, el del sábado, ni siquiera fue por la mañana, sino a las 20:30 h. en la Abadía del Sacromonte. No obstante, sin duda pertenecía en espíritu al ciclo, ya que el mismo grupo, el Ensemble Plus Ultra más His Majestys Sagbutts & Cornets, dirigidos por Michael Noone, ya sí tocaron al día siguiente por la mañana en San Jerónimo. Lo de tocar por la tarde no sé si fue por cuestiones de agenda o por el calor que pudiera hacer arriba al mediodía, pero la elección del sitio tenía que ver con el aniversario de la construcción de la Abadía, que se conmemoraba en el concierto con obras interpretadas para su consagración (entre otras). Hacía tiempo que no subía hasta allí; ni que decir tiene que redescubrí otra de las maravillas de Granada, y quizá la vista más espectacular de la Alhambra que pueda verse, emergiéndo ésta de entre un valle profundamente marcado al sesgo y como mirando la ciudad. Por lo que respecta a la actuación del grupo, lo de siempre, que quiere decir lo mejor: afinación, belleza y un sonido inequívocamente de época que resulta particularmente conmovedor a nuestra sensibilidad contemporánea. Resultaba curisoso escuchar determinadas obras de polifonía que suelen interpretarse a capella acompañadas de las cornetas y los sacabuches en perfecto empaste. Recuerdo con especial emoción un O Salutaris Hostia de Mattheus Pipelare el domingo, compositor del que hasta ahora no tenía el gusto, y las propinas de ambos conciertos: dos de los motetes más famosos de Victoria: el O Magnum Mysterium, y el O Quam Gloriosum en una sobrecogedora interpretación.
La segunda tanda de matinales corrió a cargo del grupo Ars Longa de la Habana, que ya vino el año pasado. Sólo fui al del domingo 4 de julio, en San Jerónimo. Interpretaron piezas del Renacimiento hispanoamericano. En este concierto en particular, obras religiosas escritas en lenguas indígenas (guaraní, quechua...), motetes latinos y villancicos "de negros", esto es, escritos en tono jocoso con el español deformado de los negros de la época (Góngora tiene ejemplos estupendos). El resultado fue pintoresco y espectacular: traían multitud de instrumentos de época, entre los cuales la mitad eran de percusión (todo tipo de maracas, sonajeros y palos de lluvia); y la música resultaba rítmica, sabrosa, entre renacentista e incipientemente sudamericana; aparte de que ellos mismos además de cantar y tañer de maravilla, se movían con gracia y medio escenificaban las obras (las canciones de negros casi siempre son diálogos). El resultado fue un público entregado, que aplaudió como pocas veces, y que arrancó hasta cuatro propinas del grupo. No puedo dejar de mencionar que en éste había dos niños y que una de ellas, con apenas doce años de edad (calculados a ojo) alternó sin despeinarse durante el concierto el tañido del violín y la viola da gamba. Por si alguien tiene curiosidad, hay un disco de ellos en Spotify con algunas obras de las que interpretaron en el concierto.
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