Hacemos nuestra primera cola seria para entrar en la Sainte-Chapelle y la Conciergerie. El espectáculo de la primera es aún más deprimente que el de Notre-Dame: el piso bajo esta ocupado en toda su mitad transversal por una tienda: postales, cojines, tazas, pósters, llaveros... La gente pulula. El policromado de apariencia bizantina, brillante y como recién pintado, hace parecer a la estancia ocupada de ese modo una mixtificación, una sala medieval de mentira y de dudoso gusto. El piso superior no mejora mucho: también demasiada gente, y muchos niños que incordian. Encima, están restaurando las vidrieras del ábside, que están tapadas; tampoco se ve el altar del relicario. Nada que ver con la grácil espiritualidad de vitral coloreada que prometen las fotografías. De nuevo, tan sólo el momento fugaz de una imagen en la vidriera en la memoria, como el plano detalle de una película.
EL control de acceso a la Conciergerie nos lo hizo un negro con aspecto de intoxicado que nos hacía pasar los bolsos por un escáner con cinta transportadora; pero él no miraba la pantalla. todo el mundo, al pasar el marco detector, lo hacía pitar, pero el negro nos instaba, sonriente e imperioso, a pasar, sin mayores comprobaciones. Podríamos haber llevado una bomba esférica de color negro, con mecha, que no se hubiera dado cuenta. Trataba de adivinar de dónde era todo el mundo. Nos preguntó si éramos españoles y, al decirle que sí, comenzó a decir "España gana todo, fútbol, Nadal..."
El (no) control da paso directamente a la impresionante Salle des Gens d'Armes (ahí comprendí de repente de dónde venía gendarme y qué quería decir): sostenida por gruesas columnas y una sobria bóveda múltiple de crucería (es uno de los edificios góticos civiles más importantes de Francia); hay varias chimeneas enormes, y una escalera de caracol de piedra, sustentada por un cilindro de columnas, que comunica con la cocina, ubicada en el piso superior para prevenir incendios.
Al fondo de la sala, tras unos escalones, a la derecha queda la Sala de Armas. Los capiteles de las columnas representan aquí animales grotescos y monstruos característicos del gótico, tan sorprendentes hoy. No obstante, en la columna central hay dos amantes, juntas las cabezas: al parecer, pueden ser una representación de Abelardo y Eloísa.
Hacía la izquierda, y después de atravesar el espacio generoso de la tienda de Souvenirs, se va a las dependencias utilizadas como cárcel durante la Revolución Francesa. Aquí han recreado el ambiente con objetos y maniquíes. Hay incluso una reconstrucción de la celda de María Antonienta, cuyo maniquí reza vigilado por el de un guardia oculto tras un biombo.
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