domingo, 12 de septiembre de 2010

Stieg Larsson, los hombres, las mujeres y el progresismo de hoy

Acabo de terminar La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, la segunda parte de la trilogía de Stieg Larsson. Después de leer el primero hace más o menos un año, no estaba seguro de querer leer ninguno más: me había entrenido, pero no me había entusiasmado; y no son breves. Comencé éste por curiosidad y tengo que admitir que me enganché. Engancha y divierte, qué duda cabe, a pesar de algunas prolijidades y trampas.

Ahora bien. Desde un punto de vista ideológico, se trata del libro más socialdemócrata -en la acepción irónica que emplea Arcadi Espada-, más políticamente correcto que he leído en la cuestión de las relaciones entre hombres y mujeres (que es el tema que vertebra la trama de los dos libros que yo he leído hasta ahora). Está al borde de la parodia, pero no lo es. Es más bien un síntoma.

Los principios fundamentales del progresismo en materia penal, a saber, la presunción de inocencia, el derecho a defensa y a juicio justo, y que la pena por un delito no implique castigo físico, no rigen en él para los hombres en relación con las mujeres. Sencillamente porque los hombres son culpables ontológicos. La injusticia secular que han cometido anula culaquier posibilidad de ser injusto con ellos: es imborrable, un pecado original sin Dios que pueda redimirlo. Lo que tanto odia la progresía, el ataque preventivo y el "algo habrá hecho", es, sin embargo, aplicable a los varones. Por eso en la novela una mujer policía, garante de la Ley, puede abofetear a un colega por un insulto, en lugar de denunciarlo, mientras que una situación opuesta sería un acto atroz de violencia de género. Por eso la protagonista puede torturar a un ser humano: el hombre era un putero que se acostaba con mujeres menores. Los únicos hombres que pueden librarse (el grupo de protagonistas buenos, incluido un boxeador cuya fuerza bruta es necesaria en el desarrollo de la trama) son los que asumen su culpa y se pasan toda la novela pidiendo, literalmente, perdón por si un comentario ha podido ser sexista, y subrayando la absoluta libertad e independecia de sus compañeras de aventuras.

En lugar defender el argumento de razón, de progreso, de que los hombres constituye una abstracción -hay este hombre o aquel hombre-, y que por tanto este hombre o aquel hombre no son responsables de la la conducta volenta de aquel otro hombre o este otro hombre, cierto progresismo actual se siente fascinado por esa suerte de injusticias o derechos atávicos de grupo, producto de una no menos atávica injusticia histórica. Historicismo, grupo -colectividad-, injusticia (¿rémoras de un marxismo al que todavía se apela de modo subconsciente?): es lo que justifica en mayor o menor medida, a los ojos socialdemócratas a nacionalistas, terroristas no occidentales y a las mujeres. La culpa del varón mítico; la culpa de un Occidente no menos mítico.

La idea seminal que subyace a esta novela es misma que ha hecho posible en España una Ley, real, material, como la de Violencia de Género, donde un varón es culpable per se. Puedo imaginar a Bibiana Aído leyendo La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y disfrutando con delectacción y diciendo para sí, "tooma" cada vez que una mujer propina una patada o un insulto a un varón, que lo merecía, por presuntuoso. Porque la novela está concebida para eso.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Fernando Aramburu escribe en su blog, el 18 de mayo ded 2012, a propósito de la presentación de su libro:
"Me flanquearon hembras a la mesa. Estaba, pues, como en casa. Es que congenio con el rebaño cuando es bello y huele bien".