sábado, 6 de junio de 2009

Esperando a Godot

El sábado 30 fue el último concierto de la temporada de la OCG, uno familiar en el que participaba el coro. Después de éste había una reunión de representantes del coro con los de la orquesta en el hotel Saray. Rafael se quería quedar. Al final, en lugar de marcharme a casa o a alguna otra parte, yo también decidí quedarme en el hotel a esperarlo, leyendo. Rafael me dejó sus cosas, entre las que se encontraba Esperando a Godot, que es lo que estaba leyendo él en ese momento; decidí releerlo. Me atrae mucho esa idea de un tiempo muerto donde se lee una obra breve completa. Y así, a pesar del ruido circundante (el resto de mesas estaban ocupadas, y además había una boda), me sumergí en la lectura. Fue una experiencia intensa y gratificante: a pesar de la dificultad y de la abstracción de la obra, el entorno se difuminó y asistí al desenvolvimiento de esta experiencia desasosegante y moderna. Mientras leía estalló una tormenta en la calle. La verdad es que todo contribuía a generar la atmósfera precisa.

No me extraña que Beckett sea uno de los autores favoritos de Adorno; tiene todas las características de lo que éste esperaba de la obra literaria: por ejemplo, que ésta sea como la música, una abstracción cargada de sugerencias, imposible de dotar de un sentido concreto; y, en efecto, es inútil tratar de encontrar, no ya un sentido, sino cualquier sentido a Esperando a Godot: como la música, y a pesar de los referentes inevitables a la lengua, el discurso es una pura sugerencia que estalla en muchas direcciones, sustentado tan sólo en un ritmo y una estructura. Pero no sólo eso: la sugerencia o expresividad de la obra de arte tiene que ser difícil y dolorosa, mostrar la angustia del mundo. También ocurre esto en EaG, donde todo es tristeza, angustia, absurdo apenas mitigado por unas gotas de compasión y de compañerismo: así se convierte, como quería Adorno, en un foco genuino de resistencia negativa que, en su no sentido, se niega a ponerse al servicio de nada, es un puro fin en sí misma que, sin embargo, con su expresividad angustiosa, grita verdades, no por imprecisas, menos necesarias.

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