No he realizado ninguna estadística, pero tengo la impresión de que la música sinfónica más interpretada en el Festival ha sido la de Ravel, Debussy y Stravinski. No está mal: alguna de las obras de los primeros están, directa o idirectamente, inspiradas en Granada; es una música de gran afinidad estética con la de Falla, en cuyas fuentes bebió; y su naturaleza sonora, lánguida, sensual, plena de hallazgos tímbricos que bordean la sinestesia, resulta muy apropiada para escucharse al aire libre, en el inevitable, incomparable marco. Por eso, aunque sospechemos que las grandes orquestas programan este repertorio, aparte de por tenerlo trillado, por cierta pulsión orientalista que los lleva aquerer tocar "Iberia", "La rapsodia española", etc. precisamente aquí -ojo a la página oficial de la Sinfónica de Londres, que anuncia sus programas en Granada como "exotiques"-, lo cierto es que está también ligado a veladas memorables, de un profunde goce estético. Para mí es la genuina banda sonora del Festival, de modo que cuando escucho alguna de estas obras las asocio ya con el escenario circular del palacio, las sillerías y los granitos fatigados bajo los potentes focos, las cuestas, las luces del Albaicín, los cipreses, las adelfas o la brisa fresquita que se digna a venir de vez en cuando como un oreo.
Estos días, la Sinfónica de Londres ha venido, una vez más, con este repertorio y algunas otras obras. No ha tenido el pellizco de otras veces. Quizá por mis propias expectativas, pero creo que también porque la orquesta ha venido muy relajada y ha bordeado el bolo -comparada, por ejemplo, con la interpretación maravillosa de Los cuadros de una exposición por el Concertgebow de Amsterdam el año pasado. Sin embargo, justamente en las otras obras, el Tercer concierto para piano de Prokofiev o las dos de Charles Ives, De los campanarios a las montañas y, sobre todo, La pregunta sin respuesta, la orquesta sí ha estado a la altura esperada. Puede que por menos trilladas. Puede que porque Michael Tilson Thomas, el director, es un difusor comprometido de la obra de Ives...
Para interpretar The Unanswered question, Tilson Thomas dispuso que las cuerdas tocaran desde la sala interior del palacio que hay tras el escenario y situó la trompeta en el primer piso; los únicos músicos en el escenario fueron las maderas. Él dirigía todo el conjunto con una web cam. La obra, muy conceptual, consiste en unos acordes cósmicos reiterados de las cuerdas sobre los que la trompeta enuncia siete veces la pregunta más importante, sobre el sentido último de la vida. Las maderas ensayan seis respuestas infructuosas, cada vez más disonantes; la última vez, la trompeta queda sin respuesta... El pianissimo de la cuerda, acentuado por la disposición física de ésta fuera del recito fue sobrecogedor... ¡Se hizo el silencio! Un parecido efecto acústico con la primera obra (campanas en el escenario, batería de viento metal en el primer piso) le dio también una espectacularidad semejante. Otro gran momento mágico -de gran lirismo místico en este caso- que sumar al Festival.
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