Son días de mucho trabajo: corregir exámenes, presentar memorias, propuestas de proyectos de innovación docente... No obstante, tuve tiempo de acudir a la entrevista de "El intelectual y su memoria" que le hicieron a Mario Vargas Llosa en una hora y lugar intempestivos (el complejo Triunfo de la Universidad, a las 9:30, cuando suelen ser en la Facultad de letras y a mediodía; aún me pregunto por qué), un día antes de investirlo Doctor Honoris Causa).
El planteamiento del acto también fue novedoso: lo normal es que la entrevista esté preparada por el presentador/acompañante, en este caso el profesor Ángel Esteban. Sin embargo, éste realizó tan sólo una pregunta incial y dejó el resto al público, por lo que aquéllo fue un auténtico coloquio. Esto puede ser muy peligroso, pero he de decir que la cosa salió bien, y que el acto resultó ameno e interesante.
Como era de esperar, hubo preguntas sobre literatura y sobre política. Sobre la segunda, me pareció especialmente interesante la que le hicieron acerca de unos disturbios indígenas en Perú en los últimos días (o semanas), de los que debo reconocer humildemente que no tenía noticia, en donde al parecer ha habido decenas de muertos. Con su claridad y su talante librepensador habituales, Vargas Llosa dijo que pensaba que en este caso se había producido una de las paradojas habituales de la Historia: el motivo de éstos eran unas leyes para regular la selva que habían sido interpretadas como una amenaza a la pervivencia de las comunidades indígenas. La virulencia de los disturbios, donde la mayoría de muertos han sido policías salvajemente mutilados -aunque también han muerto indígenas por las cargas-, había conseguido que el gobierno, asustado, se retractara de su aplicación. Sin embargo, Vargas Llosa opinaba que aquellas leyes protegían por fin de facto a las comunidades indígenas, que no poseen las tierras por ley sino por tradición, regulaban aquel territorio y permitían las inversiones y la prosperidad frente al narcotráfico, dueño actual de la zona. Que los indígenas, alentados por el populismo anticapitalista tan propio de Iberoamérica, habían obtenido una derrota tras la apariencia de un triunfo, contribuyendo a perpetuar su estado de indigencia.
Acerca de la Literatura, fui muy curiosa e hilarante la historia de la publicación de su primera novela, La ciudad y los perros. Tras diversos rechazos, Carlos Barral se avino a publicarla, sugiriendo presentarla al premio "Biblioteca breve" (que ganó) para, por el prestigio, presionar a la censura. Vargas Llosa no creía que una novela así pudiera pasar ésta, pero, aparte del premio, se realizó una campaña a su favor de gente no demasiado lejana al régimen entre los que figuraron, por ejemplo, José María Valverde. Al final sólo le censuraron ocho palabras. Y allá que fue el autor a una oficina ignota a discutirlas. Una de ellas era el adjetivo "cetáceo" atribuido al vientre de un coronel: "vientre de cetáceo". Contó Vargas Llosa que, por hacer una broma que lo congraciara con el censor, propuso cambiar "vientre de cetáceo" por "vientre de ballena". Y para su absoluta sorpresa, el censor repuso que sí, que si era de ballena estaba bien. Otra era "burdel", más que nada porque era el capellán (único religoso que aparecía en la novela) el que lo frecuentaba. Por probar, Vargas Llosa sugirió cambiar a "prostíbulo". Y al censor también le pareció bien, porque esa palabra no la entendía tanta gente... Y así fue cambiando todas las palabras por sinónimos. Podéis imaginar las carcajadas del auditorio cuando contaba esto. Luego añadió que, en Perú, los militares hicieron una quema pública de la novela pero no se les ocurrió prohibirla (quizá ni siquiera sabían que podía prohibirse una novela). El resultado fue que ésta se convirtió en un best seller, porque todo el mundo quería saber por qué la habían quemado los militares.
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