Llega por fin el Festival de Música y Danza de Granada: como todos los periodos de fiesta, impone su impronta cíclica frente a los días anodinos que transcurren lineales para perderse. Y como digo siempre que llega: es para mí uno de los momentos más felices del año, un tiempo verdaderamente festivo, es decir, excepcional: por la acumulación inusual de conciertos y los rituales que conllevan; por las emociones que despiertan -imagino que cualquiera que cultive una afición que tenga sus propios encuentros sabrá de qué hablo. Las calles están decoradas con carteles alusivos, con luces de colores, y parecen puestos ahí para uno. Los días comunes pasan, pero el día en que hubo un concierto memorable, permanece.
Y, sin duda quedará en la memoria el concierto de inauguración de este año, a cargo de una de las voces más importantes del siglo XX: Edita Gruveroba. Creíamos que la edad la había ido empujando con gentileza hacia el lied, y que escucharíamos el hermoso recital de una voz impecable pero que ya no es joven. Y así fue en parte. Con la salvedad de que al final se dejó caer con dos propinas belcantistas de agilidades y agudos imposibles, en un desplante torero de diva como para aclarar cualquier malentendido sobre quién es ella y cómo está su voz. Apoteósico.
También han comenzado los matinales de música antigua: el Grupo La Folía, so pretexto de conmemorar (que no celebrar) el aniversario de la expulsión de los moriscos, interpretó música profana de cancioneros de la época de Felipe III, con letras, entre otros de Lope o Góngora. Maravillosa matinée, como suele ser costumbre, y una manera única de releer grandes algunos poemas y sorprenderse del arte y el talento de los clásicos.
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